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Nosotros estamos viviendo en un tiempo de apostasía general y mucha gente, incluyendo familiares y amigos, perdió su Fe por distintas razones personales, pero también a causa de la apostasía que viene desde Vaticano de hoy. Esa apostasía se está promoviendo a nivel de su parroquia. Esa apostasía la promueve además Hollywood, la publicidad,
los medios seculares, los partidos políticos y el conjunto
de la cultura en general en que vivimos, vivamos en Europa, en Norteamérica
o en Sudamérica. Así, los católicos ahora estan engañados por
la apostasía porque parece estar en casi todas partes, y porque
llega a ellos a través de canales que en el pasado se les enseñó
que eran “dignos de confianza”. Pero hoy, casi todas nuestras parroquias, nuestros obispos, nuestras órdenes religiosas están promoviendo ceremonias de culto que no vinieron a nosotros a través de la Sagrada Tradición. Lo que algunos de ellos promueven hoy hubiera sido explícitamente rechazado antes del Concilio Vaticano II, tal como las varias manifestaciones del Movimiento Pentecostal (el Movimiento Carismático), las cuales, en el clima de hoy dentro de la Iglesia, dan una apariencia de ser católicas, pero no lo son. Aquellos en el poder, sea en las cancillerías apostólicas,
en el Vaticano o los superiores de las ordenes religiosas, que están
promoviendo la nueva religión en sus nuevas expresiones, han
escandalizado al clero menor que está en la creencia que eso
debe ser correcto porque sus “superiores” acompañan
todo eso. Algunos lo hacen por malicia. Ellos saben que es malo hacerlo. Ellos han aprendido lo suficiente en sus estudios, pero quieren el poder, el prestigio, las posiciones dentro de la Iglesia que acompañan a la falsa religión, que les da la falsa religión. Otros lo hacen por debilidad. Aunque no les guste la “nueva religión”, ellos temen resistir por temor a perder su salario o las pequeñas cosas de la vida que el acompañarla les dá. O temen ponerse de pie ante la gente que es más poderosa que ellos y decirles simplemente la verdad, lisa y llanamente. Y aún otros lo hacen por pereza. Aún cuando ellos no temen a sus superiores y no son ignorantes.
Ellos saben que lo que están haciendo es malo. Ellos saben
que lo que están promoviendo es malo. Ellos no lo hacen por
ignorancia o por debilidad, sino por pereza. Ellos saben que si resisten
deberán trabajar. Y que será un gran esfuerzo. Que requerirá
de ellos ser más vigorosos en su propio estilo de vida. Eso
les atraerá enemigos que hoy no existen para ellos. El hecho es que nosotros debemos adherir a la Fe Católica, una e íntegra en orden a salvar nuestra alma. Nosotros sabemos esto porque nos lo dice el Credo Atanasiano. Nosotros debemos dar culto a Dios en la Fe Católica de acuerdo a los ritos transmitidos a nosotros de generación en generación desde los Apóstoles. Ese verdadero culto católico debe fundarse en los ritos recibidos y aprobados. El rito recibido y aprobado, que no puede ser suprimido, es la Misa Tridentina. Nosotros lo sabemos por la Bula Quo Primum del Papa San Pío V, que afirma: “Además, por autoridad Apostólica y a tenor
de la presente, damos concesión e indulto, también a
perpetuidad, de que en el futuro sigan por completo este Misal (el
Misal Tridentino) y de que puedan, con validez, usarlo libre y lícitamente
en todas las Iglesias sin ningún escrúpulo de conciencia
y sin incurrir en castigos, condenas ni censuras de ninguna especie.
Fue acerca de esta Misa Tridentina que el Papa Juan Pablo II mandó reunirse una comisión de 9 Cardenales en 1986. La comisión reconoció unánimemente que esta Misa puede, sin embargo, ser celebrada por todo sacerdote católico. Nosotros también sabemos eso por el Concilio de Trento que afirma: “Los ritos recibidos y aprobados de la Iglesia Católica no pueden ser cambiados por ningún pastor de la Iglesia de ningún rango cualquiera fuere (per quemcumque ecclesiarum pastorem) a otros nuevos ritos”. (Ver Concilio de Trento, Sesión 7, Canon 13.) (Dz. 856) Nosotros debemos resistir a quienes lo hicieran de otra manera. Nosotros debemos resistir, al menos lo bastante, no acompañándolos con los nuevos ritos, con las nuevas doctrinas, con las nuevas prácticas, con la nueva forma de hablar que causa confusión. Hasta donde tengamos la capacidad y la oportunidad de hacerlo, nosotros debemos resistir activamente, defendiendo la Fe Católica y los ritos católicos, contra aquellos que atacaran nuestra Fe y nuestros bastiones de la Fe, contra aquellos que promovieran la nueva religión. Estar en
guardia, Pero además, se nos presenta otro problema. También tenemos que resistir la astucia del demonio. Nosotros debemos estar en guardia espiritualmente contra el orgullo. Dios sabrá por que razón nos mostró la verdad de la Fe Católica tradicional y nos señaló que la falsa religión conciliar es opuesta a la Fe Católica. Pero debemos darnos cuenta que no es por nuestros propios méritos, por nuestros esfuerzos, que tenemos esa gracia. Nadie, solo por sus propias facultades puede no ser engañado – ni siquiera los predestinados, los elegidos. Es por la misericordia de Dios y por la gracia de Dios que nosotros podemos ver claro. “Incluso los elegidos serían engañados si eso fuera posible,” dijo Jesús de tiempos tales como los nuestros. Nosotros debemos darnos cuenta que es por la gracia de Dios, no por algún mérito de nosotros mismos. Porque Dios nos ha dado esta gran gracia, El espera algún rédito de Su inversión en nosotros. Dios espera de nosotros que nos volvamos santos. Así, en nuestra defensa de la Fe Católica, en la defensa de las prácticas católicas y de los sacramentos, no debemos perder nunca el coraje, nunca perder la caridad. Pero no debemos volvernos orgullosos. Nosotros necesitamos, en primer lugar, tener un programa para nuestro propio bienestar espiritual. Ese programa fue trazado por Nuestra Señora de Fátima. Y ese programa consiste en adorar al Único Verdadero Dios; no solo en teoría, sino en la práctica. Es por eso que debemos rezar a menudo la oración que el Ángel enseñó a los niños en la primavera de 1916. Nosotros debemos adoptar, cuando estemos solos, la postura que el Ángel les enseñó a adoptar mientras rezaban esa oración. Eso es, rezar esa oración estando postrados en tierra o en el suelo, y ponernos en presencia de Dios dondequiera que estemos y decir: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman.” Nosotros deberíamos seguir el consejo que el Ángel dio en el verano de 1916 de rezar frecuentemente a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, recordando que Ellos están esperando escuchar nuestras oraciones. Como lo pidió Nuestra Señora, deberíamos ofrecer sacrificios por la conversión de los pecadores; nosotros deberíamos hacer que todo lo que hagamos sea un sacrificio que podamos ofrecer a Dios por la conversión de los pecadores. Sobre todo, nosotros deberíamos aceptar todas la contradicciones, los inconvenientes, los insultos, la falta de comprensión y consideración, el trabajo, el clima, los problemas que nos traen nuestros amigos o enemigos; ofrecerlo todo a Dios y a Jesús y a María por la conversión de los pecadores. Nosotros debemos rezar la oración que el Ángel les enseñó en el otoño de 1916, especialmente frente al Santísimo Sacramento. Nosotros deberíamos también rezar en la privacidad de nuestro cuarto, poniéndonos, al menos en nuestra imaginación, ante el Santísimo Sacramento presente en el tabernáculo de nuestra capilla o iglesia cercana. También podemos rezar esa oración postrados en tierra o en el suelo, cuando nadie esté a nuestro alrededor, como los tres niños hicieron y repitieron lo que el Ángel dijo, a saber: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo, en reparación por todas las blasfemias, ultrajes, e indiferencias con que El mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón y del Inmaculado Corazón de María, os ruego la conversión de los pobres pecadores.” La humildad: es necesaria Nosotros debemos estar en guardia contra el orgullo. Es el pecado capital de todos los Pecados Capitales. Es del orgullo de donde vienen los otros. Y el orgullo tiene una naturaleza particularmente furtiva, la de ocultarse de la misma persona que lo padece. Nosotros debemos rezar a menudo, “Jesús, manso y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al Tuyo”. Todos los que leen este artículo, incluyéndome yo mismo, tienen orgullo. Todos nosotros debemos pelear contra él. Usted debe reconocer las varias formas de orgullo que usted tiene. Y usted debe procurar luchar contra él continuamente. Para vencer el orgullo, nosotros debemos humillarnos a nosotros mismos. La forma principal de humillarnos a nosotros mismos es aceptar todas las humillaciones que Dios nos permita soportar; sufrir incluso aquello que no merecemos. Eso no significa no defendernos a nosotros mismos, ‘si no soy culpable de esta cuestión, o de esta acusación, hay otras que he cometido por las que debería humillarme’. Nosotros debemos rezar pidiendo humildad. Nosotros debemos rezar especialmente el Rosario, porque como nos prometió Nuestra Señora, el Rosario nos ayudará a vencer el vicio, a disminuir el pecado y a vencer el error. Nosotros no podemos recibir estos dones sin crecer en humildad. Nosotros debemos recibir los sacramentos frecuentemente, especialmente yendo a confesarnos al menos una vez por mes, preferentemente una vez por semana, con un buen confesor. La otra virtud que debemos practicar sobre todas las otras, es la virtud de la caridad. Si nosotros hemos recibido dones de Dios (en realidad, todos los hemos recibido), especialmente los dones de la Fe y el conocimiento y entendimiento, nosotros debemos usar esos dones para salvar almas del fuego del infierno y ofrecer sacrificios y oraciones por su salvación. También debemos expresar nuestro amor por Jesucristo haciendo reparación por las ofensas, los sacrilegios, los ultrajes y las indiferencias por la cuales El es ofendido. Nosotros debemos hacer reparación al Inmaculado Corazón de María por aquellos que blasfeman contra Su Inmaculada Concepción, contra Su perpetua virginidad, contra Su Maternidad de Dios; por aquellos que la atacan en Sus sagradas estatuas e imágenes; y por aquellos que procuran alejar de los corazones de los niños la devoción a tan buena Madre. Estas son en particular las ofensas por las cuales Nuestro Señor y Nuestra Señora nos piden practicar los Cinco Primeros Sábados de Reparación al Inmaculado Corazón de María. ¿Qué debemos hacer nosotros ahora, inmediatamente?
HUMILDAD |
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