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¿Es verdad que la Virgen “baja” a librar a las almas del Purgatorio?
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He oído decir que María Santísima desciende al Purgatorio para liberar a las almas y llevarlas al Paraíso donde Nuestro Señor Jesús. Yo y muchas otras personas que conozco nos preguntamos cuál es la postura de la Iglesia al respecto. Antes de responder a la pregunta específica, hay que recordar que la dimensión del Purgatorio es doctrina común de la Iglesia, que no lo interpreta necesariamente como un lugar sino más bien como una oportunidad de purificación post mortem y por tanto como un don de la misericordia divina. Ante la pregunta, de qué es el purgatorio, podemos decir que es el estado en el que van todas las almas, que, aún muriendo en gracia de Dios, no han llegado en su vida a purificar el daño que han ocasionado con sus pecados. Pero... ¿De qué hay que “purgarse”? ¿No se supone que se nos perdonan todos los pecados en la confesión? Con la confesión quedan perdonados nuestros pecados y quedamos libres del castigo eterno que nos merecíamos. Pero la confesión no repara el daño que hemos ocasionado. Ése, debemos repararlo nosotros con nuestras buenas obras o con nuestro sacrificio. Entenderlo es tan fácil como pensar que rompimos un vidrio de la casa del vecino. Corremos a su casa y le pedimos perdón. Nuestro vecino nos perdona de todo corazón y seguimos siendo tan amigos como antes. Pero... ¡el vidrio sigue igual de roto! Los que aún estamos vivos, podemos reparar el daño que hemos ocasionado con los grandes medios que nos ofrece la Santa Madre Iglesia como los sacramentos, la oración diaria a Dios, las obras de misericordia, la predicación de la Palabra de Dios, las indulgencias plenarias, la vida de caridad y de santidad. El otro modo, que es la forma menos recomendable para reparar la pena temporal, es pasar por el Purgatorio. Para que esto quede claro hay que recordar que el Purgatorio no es una doctrina tardomedieval: tenemos testimonios muy antiguos de oración en sufragio y para la purificación de los difuntos que atestiguan esta creencia. Por ejemplo, algunas inscripciones tumbales, desde el siglo III-IV, piden oraciones por el difunto e invocan su purificación, así como las liturgias fúnebres de sufragio y las oraciones privadas por los difuntos son atestiguadas por los Padres de la Iglesia desde el siglo III (por ejemplo Tertuliano). El primer texto que ofrece una doctrina del Purgatorio más elaborada fue el Prognosticon futuri saeculi de san Juliano de Toledo (escrito entre el 687 y el 688), el cual, con la expresión ignis purgatorius (lib. II, cc. 20-23) describe una perspectiva “purgante mediante fuego”. Se trata de una descripción que da pie a pensar en el Purgatorio como en un lugar, pero esto sucede por la limitación de nuestro lenguaje. En realidad lo que es esencial en el texto es la obra de purificación de las almas que, tras sobrevivir a la muerte del cuerpo, esperan tanto la purificación como la resurrección al final de los tiempos. Obviamente la idea del fuego proviene de la Biblia: de Sb 3,6 (los ha probado como oro al crisol) y Ecl 2,5 (porque con el fuego se prueba el oro, y a los hombres justos en el crisol del dolor). Sobre el Purgatorio como lugar, los cristianos no católicos tendrían mucho que decir. En realidad, si lo consideramos como una dimensión de purificación misericordiosa, encontramos un mayor consenso por parte de las diversas confesiones cristianas, sobre todo con los ortodoxos. En todo caso, desde san Juliano en adelante, la Iglesia ha hablado al menos dos veces y oficialmente sobre el Purgatorio. La primera vez con la constitución Benedictus Deus del Papa Benedicto XII (29 enero 1336); la segunda, con la Carta sobre algunas cuestiones relativas a la escatología de la Congregación para la Doctrina de la Fe en 1979. Por tanto, la Iglesia sostiene con certeza la supervivencia del alma a la muerte del cuerpo, como también un acto misericordioso de purificación ofrecido a las almas que la necesitaran antes de la visión beatífica. Esto no sucede necesariamente en un lugar: el espacio y el tiempo son categorías humanas que no sabemos si son pertinentes para hablar de la realidad consiguiente a la muerte. Sostener el descendimiento de la Virgen al Purgatorio para “liberar” las almas y llevarlas al Paraíso es contrario a un aspecto del segundo texto citado, en cuanto que la purificación se vería como prisión y castigo, cuando el Purgatorio es algo totalmente distinto. La purificación no tiene característica de castigo, aunque su experiencia comporte la pena del no acceso a la visión de Dios, pero no debemos pensar que constituya un sufrimiento, por tanto su conclusión no debe ser consecuencia de una liberación, sino más bien de una fiesta: in primis la fiesta del encuentro con Cristo. Cuentan de santos que han tenido la visión del Purgatorio que hubiesen preferido sufrir lo más terrible de esta vida por mil años, que estar un solo día en el Purgatorio. Allí se va para una purificación en profundidad, una limpieza que cuesta grandes pesares y malestares, pero necesaria para nuestra buena salud. El purgatorio existe, debe existir porque nadie entra a las Bodas del Reino de los Cielos con la piel y la ropa llena de mugre. Es necesario entrar con el mejor vestido. Y en donde se nos lava hasta el punto de quedar dignos para el paraíso y con el traje adecuado, es en el Purgatorio. Nadie nos obligó a ensuciarnos, lo hicimos por libre disposición. Pero si queremos ser buenos invitados, no se nos ocurrirá entrar indignamente presentados, desearemos estar limpios, muy limpios, como se merece el Esposo de las Bodas. El Purgatorio, por tanto, existe y es más que un lugar, es un estado de purificación, con un fuego que nos arrancará nuestros errores de raíz y los disolverá en su fuego, con el dolor de los que se sanan de una herida. No es para nada igual que el Infierno, pues en el Infierno reinan el odio y la desesperación eterna y en el Purgatorio reinan el amor y la esperanza, la firme convicción de la salvación eterna. Todo allí será sufrir pero sólo para lograr amar verdaderamente al Señor que nos esperará con los brazos abiertos en su eterno Convite Celestial. Por tanto: no siempre nuestra creencias devocionales reflejan plenamente la enseñanza de la Iglesia; en este caso, si consideramos la purificación como un castigo, acabamos por oscurecer el aspecto misericordioso de la oferta de una ocasión de purificación de las almas por parte de Dios. Implicar a la Virgen en esta obra de misericordia enclavada directamente en el misterio de Cristo muerto, resucitado, ascendido al cielo y glorificado no sería estrictamente necesario sino en la medida en que se la considere oportunamente asociada a la suerte de su Hijo. Sin quitar nada a la Virgen, esta devoción popular corre el riesgo de sobreexaltarla con resultados contraproducentes: en este caso se podría oscurecerla presencia de Cristo en la misericordial de la purificación, centrada en el Misterio Pascual del Señor, y además pasaría a segundo plano la dinámica trinitaria en la que consiste el acceso a la plena comunión con Dios Trino, Padre, Hijo, Espíritu. Aporte: Patrizia Pecchioli y Catholic.net |
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