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Primera reflexión (04/08/2015) en preparación a la solemnidad de Santo Domingo de Guzmán...
Queridos hermanos: Hoy 4 de agosto en la memoria de San Juan María Vianney, pastor eximio de la grey del Señor, y dando comienzo a los cuatro días de preparación a la solemnidad de nuestro padre santo Domingo de Guzmán (que celebraremos el próximo sábado 8 de Agosto), quiero hacerles una breve reflexión sobre estos dos grandes santos, unidos en distintas épocas (siglo XIII y XVIII respectivamente), por un mismo celo apostólico… ¡La salvación de las almas! que llevaron a cabo mediante una activa predicación, la penitencia, la oración asidua, y una caridad ardiente y constante. Acabamos de leer en la lectura breve concerniente a la memoria de los santos pastores, las exhortaciones que el apóstol san Pedro en su primera carta, les hace desde Roma a los cristianos dispersos del Asia menor, en un ambiente totalmente pagano y con el riesgo de perder la fe. El, a los presbíteros de estas comunidades, les dice: “Sed pastores del rebaño de Dios a vuestro cargo, como Dios quiere, convirtiéndoos en modelos del rebaño.” (1 Pe. V. 1-4) Y he aquí en ellos, san Juan María Vianney y santo Domingo de Guzmán, los modelos queridos por Dios, la esencia de la vida religiosa y tal el estado en el cual la Iglesia quisiera contar a todos sus ministros, los cuales deben ser, “el ejemplo del rebaño”. Uno de estos grandes ejemplos, san Juan María, estaba dotado de cualidades extraordinarias como confesor, al cual acudían por igual ricos y pobres, doctos e ignorantes de todos los rincones, llegando algunos a hacer largos viajes para recibir una palabra de consuelo, de misericordia, que los hiciera revivir y gustar la bondad del Señor. El otro, santo Domingo, por la predicación itinerante del reino de los cielos, convertía y hacia volver al rebaño a innumerables varones y mujeres que estaban perdidos en doctrinas llamativas y extrañas, este dándoles leves penitencias (ya que el mismo ofrecía a Dios largas y duras penitencias por ellos), gozaban en comunión de los bienes celestiales, luego de que sus corazones se inflamaran de las ardientes palabras de misericordia del santo. Santo Domingo, al igual que san Juan María, hacían de sus vidas su primer sermón, y sin duda el más elocuente. “Porque el apóstol no es solamente un hombre que sabe y que enseña por medio de la palabra; es un hombre que predica el cristianismo con todo su ser, y cuya presencia sola es ya una aparición de Jesucristo.” (Lacordaire; Vida de Santo Domingo) Nosotros hoy aquí, somos prueba y testimonio de ello, como los 800 años de rica y fructífera historia de la Orden que el fundo, y que celebraremos en el jubileo del año que viene al recordar la confirmación de la Orden de Predicadores en 1216 por el papa Honorio III. Este escribe a Santo Domingo: “Considerando que los frailes de tu Orden serán los campeones de la fe y las lumbreras del mundo, nosotros confirmamos tu Orden y la tomamos bajo nuestro gobierno y nuestra protección. (…) Honorio, Obispo, siervo de los siervos de Dios, a sus amados Predicadores.” (Segunda bula pontificia) El renunciamiento impuesto por la regla ha hecho de esta vida la cotidiana revelación de nuestro Señor Jesucristo. Decía un campesino de Lorena a la vista del fraile predicador: “Aquel no necesita hablar; convierte con solo mirar.” Y sin duda es una mirada contemplativa, fruto del dialogo con Dios. Se dice de santo Domingo que hablaba con Dios de los hombres, y de Dios a los hombres. Esta, hermanos, es la hermosa espiritualidad que hemos heredado como nos lo marca santo Tomás de Aquino: “Contemplar y dar a los demás los contemplado.” Era tal la santidad de ambos, que atraían como un imán las almas sedientas de Dios. Pero estas cualidades, la confesión en uno y la predicación en otro, ¿no son acaso una misma cosa? Ya que por la confesión se predica la gracia del perdón de Dios, y por la predicación se confiesa el amor desbordante del Padre misericordioso, de ese Padre que el Señor Jesús nos revelo por medio de la imagen del Padre de la parábola del hijo prodigo, que cuando este hijo humillado, en la confesión se propone que lo trate como a siervo, antes que tenga siquiera tiempo de decírselo, ya lo está amando como a predilecto y obsequiando como a príncipe. Es este Padre misericordioso, por Jesucristo y en Él, también Padre nuestro. San Juan María Vianney, santo Domingo de Guzmán y todos los santos, nos recuerdan el Benedictus que Zacarías lleno del Espíritu Santo profetizo: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tiniebla y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.” (Lc. I. 78-79) Son ellos como estrellas en el firmamento que participan de la soberana Luz, y con sus rayos nos iluminan el camino a través de los siglos, fecundando con sus vidas nuestras vidas, y recordándonos que estamos de paso por este mundo. Cantamos en el bello himno a nuestro Padre Santo Domingo: “O lumen ecclesiae” (O luz de la Iglesia), y es esta luz a la que hago referencia, la que al amparo de la virgen María, Madre de la misericordia, nos lleva al encuentro del más bello de los hombres, su Hijo, que es Dios. Queridos hermanos en Cristo, vemos en ellos ministros extraordinarios de la misericordia divina. Ejemplos que nos recuerdan la invitación de nuestro Señor: “Sed santos, porque YO SOY santo.” (1 Pe 1. 16; Lv. 19. 2) Por eso, en el comienzo de nuestra preparación hacia la solemnidad de nuestro Padre, y oportunamente en el día de un gran confesor, recordando las palabras de Jesús: “Bienaventurados los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios.” (Mt. 5. 8) Permitamos que el Señor nos renueve por medio de una sincera confesión, y así podamos -resucitar- a la verdadera vida, teniendo siempre presente la bondad del Señor cantada por el salmista: “El perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades. El rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.” (Salmo 102, 3-4) Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos. Fuente: Diplox.com |
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