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Por P. Juan Carlos Ceriani Hemos llegado al Sancta Sanctorum del Santuario cuadragesimal. La Iglesia, cual excelente pedagoga, quiere introducirnos en este recinto sagrado con la etiqueta y boato debidos. La Santa Liturgia tiene por finalidad ambientar al cristiano y disponerle a recibir las enseñanzas que nuestra Madre la Iglesia quiere fijar en el alma fiel. Dos impresionantes cuadros lograrán formar la correspondiente composición de lugar: 1°) Jesús, montado sobre un jumento, desciende desde el monte de los Olivos en dirección a la ciudad santa. Las turbas se agolpan en torno suyo, alfombran con sus vestidos el camino y agitan en sus manos palmas y ramos de olivo. Los gritos de Hosanna de los niños llenan el espacio. Es la entrada triunfal del Rey eterno en su ciudad. Todo es júbilo, alborozo y alegría. 2°) El segundo cuadro se desarrolla en la misma ciudad y probablemente por los mismos actores. El pueblo se agolpa frente al palacio de Poncio Pilato. Los doctores de la Ley subvierten a la multitud. Dentro del palacio está Jesús. Le han traído preso. El gobernador romano se compadece de Él y pretende libertarle. El pueblo, empero, pide su muerte. He aquí el diálogo que nos transcribe el Evangelio: — Danos antes a Barrabás que a Jesús. — Y ¿qué haré de Jesús, Rey de los judíos? — Crucifícale… Crucifícale… La Iglesia quiere que renovemos cada año la memoria de este triunfo del Dios-hombre. En el momento del nacimiento del Emmanuel, vimos a los Reyes Magos venir desde el Oriente buscando en Jerusalén al Rey de los judíos, para rendirle sus honores y ofrecerle sus presentes; hoy es Jerusalén la que se levanta como un solo hombre para salir a su encuentro. Estos dos hechos están relacionados y tienen un mismo propósito; son un reconocimiento de la Realeza de Jesucristo: la primera por parte de los Gentiles y la segunda por parte de los judíos. Era necesario que el Hijo de Dios, antes de sufrir su Pasión recibiese el homenaje de unos y otros. Israel proclama hoy a Jesús su Rey; Israel pronto será dispersado en castigo de su rebelión contra el Hijo de David; pero Jesús, a Quien reconoció y declaró Rey, sigue siendo Rey para siempre. Tal es, en medio del duelo de la Semana de dolor, el glorioso misterio de este día. La Santa Iglesia quiere que nuestros corazones se sosieguen por un momento de alegría y que Jesús sea hoy aclamado por nosotros como nuestro Rey. Ella dispuso, por lo tanto, el servicio divino de este día para expresar la alegría y la tristeza: la alegría, uniéndose a las aclamaciones que resuenan en la ciudad de David; la tristeza, retomando pronto el curso de sus lamentos sobre los dolores de su Esposo divino. Destaquemos y expliquemos los momentos principales de esta Solemnidad. I) La bendición de los Ramos y las Palmas. Un hecho de tanta importancia en la vida de Jesús como su aclamación cual Rey de Israel, no podía pasar inadvertido a la Liturgia, que ha sabido recogerlo, darle actualidad y enriquecerlo con nuevo sentido místico. Esa nueva modalidad mística, ese simbolismo, encerrado en el Domingo de Ramos, es el siguiente: Jesús va a entrar en la Jerusalén de su Pasión. La Iglesia nos invita a acompañarle. No es éste menguado honor. Por eso, para hacernos dignos de formar el séquito del Rey, se nos consagra antes como confesores o testigos de la fe, lo cual implica la perspectiva del martirio. Este sentido tiene la ceremonia de la repartición de los Ramos y Palmas, previamente bendecidas con un rito hermosísimo y particular de este día. La bendición de las Palmas y Ramos es el primer rito que se lleva a cabo; podemos juzgar de su importancia por la solemnidad que la Iglesia despliega. Parecería como que el Sacrificio se ofrecerá sin ninguna otra intención que la de celebrar el aniversario de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Introito, Colecta, Epístola, Gradual, Evangelio, incluso Prefacio, se suceden como para preparar la inmolación del Cordero sin mancha… Pero después el Trisagio: Sanctus Sanctus Sanctus, la Iglesia suspende estas fórmulas solemnes y su Ministro procede a la bendición de estos místicos Ramos que están ante él. Las oraciones empleadas en su bendición son elocuentes y llenas de lecciones. Estos Ramos, objeto de la primera parte de la función sagrada, reciben por estas oraciones, acompañadas del incienso y de la aspersión con el agua bendita, una virtud que los eleva al orden sobrenatural y los hace medios para ayudar a la santificación de nuestras almas y para la protección de nuestros cuerpos y de nuestros hogares. Los fieles deben mantener respetuosamente elevados estos Ramos en sus manos durante la Procesión y en la Misa durante el canto de la Pasión; luego deben exponerlos con honor en sus casas, como signo de su fe y como esperanza en su auxilio. Acércate, pues, oh cristiano, al altar con este convencimiento, con la conciencia de que vas a recibir la dignidad de luchador, de soldado, de confesor de Cristo, para combatir con Él y vencer con Él. ¡Qué gloria tan grande! II) La Procesión y nuestro Hosanna. El segundo rito de este día es la célebre Procesión, que sigue a la solemne bendición de los Ramos. Ella tiene por objeto representar la marcha del Salvador caminando hacia Jerusalén y su entrada triunfal en esta ciudad. Y para que nada falte a la imitación del hecho tal como está en el Santo Evangelio, los Ramos son llevados por todos aquellos que participan en esta Procesión. Entre los judíos, tener en sus manos ramas de los árboles era un signo de alegría; y la ley divina ratificó este uso. Dios dice en el libro del Levítico, al establecer la Fiesta de los Tabernáculos: El día quince del séptimo mes, después de haber cosechado el producto de la tierra, celebraréis la fiesta en honor de Yahveh durante siete días. El primer día será de descanso completo e igualmente el octavo. El primer día tomaréis frutos de los mejores árboles, ramos de palmeras, ramas de árboles frondosos y sauces de río; y os alegraréis en la presencia de Yahveh, vuestro Dios, por espacio de siete días. Celebraréis fiesta en honor de Yahveh durante siete días cada año. Será decreto perpetuo de generación en generación. Por lo tanto, fue para declarar el entusiasmo por la llegada de Jesús a la ciudad que los habitantes de Jerusalén, incluso los niños, recurrieron a esta demostración de alegría. También nosotros debemos salir al encuentro de Nuestro Rey y cantar el Hosanna al vencedor de la muerte, al Libertador de su pueblo. Hemos de asistir a la Procesión con el espíritu de los discípulos de Cristo el día de su entrada triunfal en Jerusalén. Destaquemos que la Cruz Procesional esta descubierta, pues se trata del triunfo de Nuestro Señor. Resuene en nuestro pecho el Hosanna infantil. A los Ángeles y los niños unámonos los fieles, aclamando al vencedor de la muerte: ¡Hosanna! Pensemos, además, que en este cortejo triunfal se simboliza la vida del cristiano. Toda ella debe ser no sólo una lucha sino más todavía, una victoria sobre el pecado, un canto al Redentor. ¿Lo es la nuestra? III) A las puertas del templo. Cristo nos deja expedita con su Pasión la entrada en la gloria. El final de la Procesión está marcado por una ceremonia del más alto y profundo simbolismo. En el momento de volver a la iglesia, el piadoso cortejo encuentra las puertas cerradas. Se detiene la marcha triunfal; pero no se suspenden los cánticos de alegría. Un himno particular en honor a Cristo Rey resuena en el aire con su gozoso estribillo, hasta que finalmente el Subdiácono golpea la puerta con el asta de la Cruz, la puerta se abre y la multitud entra en la Iglesia celebrando al que es la resurrección y la vida. Esta escena misteriosa tiene por finalidad describir la entrada del Salvador en la otra Jerusalén, de la cual la de la tierra es sólo figura. Esta Jerusalén es la Patria celestial, cuyas puertas Jesús nos abrió. El pecado del primer hombre había cerrado esas puertas; pero Jesús, el Rey de la gloria, las abrió nuevamente por la virtud de su Cruz. Sigamos los pasos del Hijo de David; porque Él es el Hijo de Dios, y nos invita a tomar parte en su Reino. Es así cómo la Iglesia, en la Procesión de los Ramos, eleva nuestro pensamiento hasta el glorioso misterio de la Ascensión, que termina en el Cielo la misión del Hijo de Dios en la tierra. Pero, por desgracia, los días que separan entre sí estos dos triunfos del Redentor no son todos de alegría, y la Procesión no será completada hasta que la Santa Iglesia, que levantó por un momento el manto de sus dolores, haya terminado con sus lamentos. Al llegar, pues, el cortejo triunfal a las puertas del templo, las halla cerradas, y en ese momento se entabla un idílico diálogo entre sus moradores y el pueblo reunido afuera. ¿Qué simbolismo se halla aquí escondido? El templo es la imagen de la gloria. Sus puertas se cerraron por el pecado. La Iglesia triunfante y la militante compiten, es verdad, en sus loores a Cristo; pero el Cielo continúa clausurado. Sólo cuando el Subdiácono golpea las puertas con el asta de la cruz, éstas se franquean, porque únicamente la cruz de Cristo ha conseguido abrir el Cielo para los desterrados hijos de Eva, y ha dejado patente la entrada en la gloria. Aprovechemos tan santa lección. Nosotros, los confesores y testigos de Cristo, le hemos de seguir en su Calvario, luchando y venciendo. Tengamos entendido que así como entramos en el templo precedidos de la Cruz, así también caminando en pos del divino Redentor, entraremos en la gloria. IV) La Santa Misa. Comencemos el camino del Calvario. La tercera parte de la función de este día es la ofrenda del Santo Sacrificio. Todos los cánticos que la acompañan están impregnados de desolación; y para llevar hasta el máximo el duelo que señala el resto de este día, se lleva a cabo el recitado de la Pasión del Redentor. Al entrar en el templo, al ambiente litúrgico sufre un cambio. La imagen del Cristo vencedor es substituida por el Cristo paciente. Así, con el manto del dolor, aparece ya el Redentor desde el Introito. En el Evangelio, en vez del relato del Domingo de Ramos, escuchamos la historia de la Pasión, con el conmovedor Crucifícale, que ahora suplanta al Hosanna. Durante el canto de la Pasión todos los asistentes deben tomar en sus manos los Ramos, para protestar, por este emblema de triunfo, contra la humillación de que el Redentor es objeto de parte de sus enemigos. Es en este momento en que, en su amor por nosotros, se deja aplastar bajo los pies de los pecadores, que debemos proclamarlo bien alto como nuestro Dios y nuestro Soberano Rey. Alma devota, dedica unos momentos a este cuadro, el primero que meditas de la Pasión externa del Señor. Contempla a tu Salvador ante Pilato. Hasta sus oídos divinos llegan las blasfemias que la turba impía le dirige… ¡Qué humillación la suya, al ser comparado y pospuesto a Barrabás! ¡Qué vergüenza, al aparecer ante aquel pueblo como Rey de burlas! Entre la multitud, Jesús divisa a hombres y mujeres sobre quienes su pródiga mano ha derramado beneficios sin cuento; a entusiastas galileos, que unos días antes le aclamaban; a discípulos suyos, que han disfrutado de su compañía… Nos divisa, en fin, oh alma, a ti y a mí, y a tantos cristianos no menos dichosos que aquellos judíos a quienes tocó la mano divina, y que, siguiendo su mal ejemplo, no dudan en lanzar un Crucifige sobre el rostro de Jesús, cada vez que su santa Ley exige algo que les mortifica. Pensémoslo y andaremos con mayor cuidado de evitar el pecado. Que su sola sombra nos espante. No reproduzcamos ya más la escena de la mañana del Viernes Santo. V) Con el Rey de los mártires. Salimos del templo llevando en alto nuestros Ramos. Simbolizamos con ello que con la función litúrgica no abandonamos al Rey de los mártires; que durante la Semana Santa hemos de formar el cortejo de Cristo paciente. No lo olvides, cristiano. Asiste a los oficios recogida y devotamente, con un devocionario que te dé razón de las ceremonias. De esa forma hallarás en las mismas una mina inagotable de santos pensamientos, que te ocuparán durante todo el día y no podrán menos de dar su fruto. Y sobre todo, considera los misterios que la Iglesia hace pasar por tu mente, no como algo puramente histórico, sino como escenas reales y de plena actualidad. Tienes que acompañar a Cristo en su agonía, en su calle de Amargura, hasta el pie de la Cruz y hasta encerrarte con Él en el Sepulcro. Si así lo haces, la Semana Santa será un digno coronamiento de la Cuaresma; el misterio de la Cruz vendrá a tomar cuerpo en tu alma, cumpliéndose el deseo de la Iglesia en su Liturgia, y, unificado con Cristo en su abatimiento, tendrás también parte en la alegría de su Resurrección. Con ello el Aleluya pascual será para ti algo más que un momento de emoción; será la nota final de triunfo, que tu alma cantará con Cristo, una vez alcanzada la cumbre del monte del incienso y del collado de la mirra. Omnipotente y sempiterno Dios, que para ofrecer al género humano un ejemplo de humildad ordenaste que Nuestro Salvador se encarnase y muriese en Cruz; concédenos propicio seguir los ejemplos de paciencia que nos dio, y merecer participar de su Resurrección. Pensamiento para la Comunión: Nota relacionada: |
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