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Desde el momento de su Concepción tenía la gracia santificante, porque Dios Nuestro Señor ya tenía encomendada la misión de la Virgen en la tierra, de ser la portadora de Jesucristo, el Salvador. Ella vino al mundo sin pecado original. María, la elegida para ser Madre de Dios, era pura, santa, con todas las gracias más preciosas. Después del pecado original de Adán y Eva, Dios había prometido enviar al mundo a otra mujer cuya descendencia aplastaría la cabeza de la serpiente. Al nacer la Virgen María comenzó a cumplirse la promesa. La vida de la Virgen María nos enseña a alabar a Dios por las gracias que le otorgó y por las bendiciones que por Ella derramó sobre el mundo. Podemos encomendar nuestras necesidades a Ella. La fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María se comenzó a celebrar oficialmente con el Papa San Sergio (687-701 d.C.) al establecer que se celebraran en Roma cuaro fiestas en honor de Nuestra Señora: la Anunciación, la Asunción, la Natividad y la Purificación. La tradición sitúa el nacimiento de la Virgen en Jerusalén, junto a la piscina probática, donde testimonios del siglo V ubicaban una antigua basílica en su honor. La Virgen María fue hija de San Joaquín y Santa Ana, un matrimonio dedicado al servicio a Dios, bendecido por ser los progenitores de la portadora del Salvador. Aunque los Evangelios no desarrollan la genealogía de la Virgen, como sí lo hacen la de San José, no dejan de darnos ciertas pistas que indican la ascendencia de la familia de la Virgen en la Casa Real de David, al igual que su esposo. La identificación de su prima Isabel como descendiente de Aarón (Lucas 1,5), ha dado lugar a numerosas tradiciones y documentos acerca de la ascendencia regia de la Virgen María. San Juan Damasceno, así como otros Padres de la Iglesia, defendieron la tradición oral del nacimiento de la Virgen María dentro de la familia formada por San Joaquín y Santa Ana, siendo Joaquín primo de San José, y por lo tanto descendiente de David por medio de Natán (De fid. Orth, IV, 14). Sin embargo, ya en el siglo V existía en Jerusalén el santuario mariano situado junto a los restos de la piscina Probática, o sea, de las ovejas. Debajo de la hermosa iglesia románica, levantada por los cruzados, que aún existe -la Basílica de Santa Ana- se hallan los restos de una basílica bizantina y unas criptas excavadas en la roca que parecen haber formado parte de una vivienda que se ha considerado como la casa natal de la Virgen. Esta tradición, fundada en apócrifos
muy antiguos como el llamado Protoevangelio de Santiago (siglo II),
se vincula con la convicción expresada por muchos autores acerca
de que Joaquín, el padre de María, fuera propietario de
rebaños de ovejas. Estos animales eran lavados en dicha piscina
antes de ser ofrecidos en el templo. La fiesta tiene la alegría de un anuncio premesiánico. Es famosa la homilía que pronunció San Juan Damasceno (675-749) un 8 de septiembre en la Basílica de Santa Ana, de la cual extraemos algunos párrafos: "¡Ea, pueblos todos, hombres de cualquier raza y lugar, de cualquier época y condición, celebremos con alegría la fiesta natalicia del gozo de todo el Universo. Tenemos razones muy válidas para honrar el nacimiento de la Madre de Dios, por medio de la cual todo el género humano ha sido restaurado y la tristeza de la primera madre, Eva, se ha transformado en gozo. Ésta escuchó la sentencia divina: parirás con dolor. A María, por el contrario, se le dijo: Alégrate, llena de gracia! ¡Oh feliz pareja, Joaquín y Ana, a ustedes está obligada toda la creación! Por medio de ustedes, en efecto, la creación ofreció al Creador el mejor de todos los dones, o sea, aquella augusta Madre, la única que fue digna del Creador. ¡Oh felices entrañas de Joaquín, de las que provino una descendencia absolutamente sin mancha! ¡Oh seno glorioso de Ana, en el que poco a poco fue creciendo y desarrollándose una niña completamente pura, y, después que estuvo formada, fue dada a luz! Hoy emprende su ruta la que es puerta divina de la virginidad. De Ella y por medio de Ella, Dios, que está por encima de todo cuanto existe, se hace presente en el mundo corporalmente. Sirviéndose de Ella, Dios descendió sin experimentar ninguna mutación, o mejor dicho, por su benévola condescendencia apareció en la Tierra y convivió con los hombres". La Virgen María fue la Madre de Jesús y, con este hecho, se cumplieron las Escrituras y todo lo dicho por los profetas. Dios escogió a esta mujer para ser la Madre de su Hijo. Con ella se aproximó la hora de la salvación. Por esta razón la Iglesia celebra esta fiesta con alabanzas y acciones de gracias. Aporte: Catholic.net, Aciprensa, Infovaticana |
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