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Ante todas cosas es menester corazón muy determinado para servir a Dios, y aparejado para romper con quien lo estorbare, pensando lo que va en ello, que es la Gloria o el Infierno para siempre, y que cosa tan grande no se alcanza sin gran riesgo y trabajo; y esta determinación seguidla con mucha constancia y perseverancia, acordándose que dice Nuestro Señor Jesucristo en su Evangelio que el que pone la mano en el arado y mira atrás, no es apto para el Reino de Dios[i][1]. Y porque al mundo y sus seguidores es contrario esto, hace de disponer a romper con él y no curar de él, antes menospreciar lo que dijere como ciego y necio, y sufrir ser tenido por loco, por amor de Dios y por su salvación, que al fin se verá la verdad cuando pasare la oscuridad del sueño de esta vida y viniere la verdadera luz del día[ii][2], que para siempre durará, donde goce para siempre del fin para que fue creado. Las reglas son las siguientes: 2.-Remediar la vida pasada, confesándose generalmente[iii][3] y escudriñando con gran diligencia su conciencia, satisfaciendo al Señor con mucho dolor y lágrimas y con mucha vergüenza y humillación, pensando la ceguedad pasada, y tratando en su memoria la historia de su vida perdida, y llorando y doliéndose mucho de ella; y para más satisfacción, tomando alguna aspereza de ayunos, o vigilias, o disciplinas, o silicio que aflija la carne y hagan venganza del deleite pasado; y este ejercicio durará algún tiempo, porque hasta que aqueste sea bien hecho no cumple entender en otro. Para dejar de pecar, ayudará al principio la abstinencia, la soledad y clausura, silencio, oración, ocupación, vigilia, consideración de la muerte y del Juicio, del Cielo y del Infierno. 3.-Huir conversaciones de mundanos, que ahogan el espíritu y buen deseo del ánima devota, huir visitaciones de seglares y procurar alguna conversación de alguna persona verdaderamente espiritual, en quien more Dios, porque, como un carbón encendido enciende a otro, así un corazón encendido e inflamado en espíritu inflama a otro.
Suma Y a algunos doctores, como fue Dionisio Cartujano, les pareció dar este medio y modo cotidiano a los nuevos, por do se guiasen al principio, hasta que el Señor les proveyese de su espíritu. El domingo, contemplar en la Resurrección del Señor y del género humano; el lunes, del día del Juicio universal; el martes, de la creación de todas las cosas y del gobierno y concierto de ellas; el miércoles, del gozo de los bienaventurados del Cielo, el cual todos esperamos tener; el jueves, de la brevedad de esta vida; el viernes, de la Pasión del Señor; el sábado, tomarse cuenta de sus buenas obras o malas que ha hecho en la semana y de las obras de misericordia en que se ocupó y por su negligencia no obró. Y hémonos de ejercitar en contemplar y meditar la vida de nuestro Señor Jesucristo, según tres motivos, que llaman los santos doctores vida purgativa, iluminativa y unitiva. Pongo por ejemplo en un paso, para que así se entienda de todos. Considera nuestra ánima a Nuestro Redentor atado en la columna o enclavado en la Cruz, y entiende que por nuestros pecados padece el Cordero inocente. De esta consideración se entristece, gime y llora, por haber ofendido a Dios, siendo causa de su Muerte. Llámase esta vía purgativa, porque en ella se purga de sus pecados. Y considera el mismo paso ya dicho, y conoce que por aquellas benditas llagas, azotes y clavos, es libre el ánima de los azotes y tormentos del Infierno y hecha hábil de la Gloria del Cielo; dilata y ensancha su afecto, alegrándose y diciendo con San Pablo: Alabado sea Dios, que nos dio victoria por Jesucristo nuestro Señor[iv][4]. Llámase esta vía iluminativa, en la cual el ánima, con la luz de la gracia ilustrada, se emplea en dar gracias a Dios por tan grandes mercedes y beneficios como recibe. Finalmente, contemplando el ánima en la Cruz del Señor, entiende un amor caritativo y grande, y, vista esta grandeza de amor con que padeció por la redimir y darla gloria, es inflamada de tan gran deseo y fervor de ya verse con su Esposo, que ni ya se acuerda de pecados pasados ni se detiene en considerar beneficios recibidos, sino con un dulce vuelo y suave arrebatamiento dice por el profeta David: ¿Quién me dará alas como de paloma, y volaré a mi amado Dios y descansaré?[v][5], procurando de se ayuntar y unir con Dios. Llámase esta vía unitiva, porque en ella el alma se hace una por amor con su esposo amado Jesucristo. De manera que debemos purgar y limpiar el ánima de pecados; debemos dar gracias con alegría al Señor por tantos beneficios, de donde resulte un amor y afección tan íntima, que nos haga una misma cosa con nuestro amado Jesucristo. Y, resumiéndome, digo ser necesario a todo fiel cristiano que ningún día se le pase sin tener algún rato de lección y meditación y oración; y si fuere posible hacerse tres veces en el día será mejor; porque la lección santa muestra el camino del Cielo, la meditación lo anda, la oración lo consigue. La cual se hará a la mañana; y antes que se lea, rogar a Dios de corazón que nos dé su favor para obrar lo que leyéremos atenta y devotamente, rumiando lo que leyéremos y platicándolo con alguna persona devota, y suplicar lo mismo al fin de la lección. Y leído el capítulo o renglones que quisiéremos, hacer en ello gran hincapié, poniendo por obra lo que en la lección se nos dice; y a la una de la tarde o al mediodía, otra vez, y a la noche otra. Y tras la lección será buena la meditación profunda, pensando íntimamente en lo interior del ánima las mercedes recibidas de Dios a la mañana; y al mediodía, de los males y daños de que nos ha librado; y a la noche, lo mucho que nos ha de dar. Los recibidos son en tres maneras: naturales, y temporales, y gratuitos[vi][6] (en los primeros nos da Dios nuestra vida natural; en los segundos, esta abundancia temporal; en los terceros, su Vida Divina con su temporal muerte), que se contienen en los beneficios de la creación y conservación y regeneración. Y es de saber que los bienes o dones gratuitos que de Dios recibimos, son en dos maneras: la primera es redimiéndonos con su Muerte y Pasión; la segunda es justificándonos y haciéndonos por su gracia, de siervos y esclavos del Demonio, hijos de Dios por gracia, y admitiéndonos a la herencia y libertad de la Gloria, y haciéndonos semejantes a Él por su gracia, así como se hizo Él semejante a nosotros, tomando nuestra naturaleza, para comunicarnos visible y familiarmente como hermano. Al mediodía se medite la libertad que de su mano hemos recibido, así del mal de culpa (en lo que por nuestros pecados hemos caído e incurrido) como de la pena y tormentos que por ellos merecíamos; y a la tarde, de la glorificación, que es de los bienes que Él nos tiene prometidos, los cuales serán (según San Anselmo) para el cuerpo siete, y otros siete para el ánima. Los del cuerpo son hermosura, ligereza, libertad y fortaleza, deleites, eternidad, sanidad. Los del ánima son sabiduría, amistad, concordia, poderío, honra, seguridad, gozo. Item, serán los hombres glorificados y mejorados en cinco lugares más que los ángeles, que serán los cinco sentidos corporales, lo cual figuró bien Jacob en la mejoría de aquellas cinco cosas que mejoró a su hijo José más que a todos los otros sus hijos. Junto con la meditación se acompaña la oración, con gran humildad y conocimiento de sí y de su ingratitud y con confianza de alcanzar lo que pides, y pidiendo cosa lícita y necesaria al ánima y al cuerpo, perseverando con gran ahínco, y confesando y comulgando muy a menudo. Y los que no supieren leer, procuren que les lea alguno; y si esto no tuvieren, consideren en la divina sabiduría (que se mostró en la creación del mundo y de los cielos) y su poder, y bondad, y amor que les tiene, pues tantos bienes les envía y tan a la continua; y consideren que más puros y más excelentes tendrán en el Cielo los bienes de esta vida, y los males serán más fuertes y mayores a los condenados en el Infierno, tratando siempre en su memoria aquel verso del Salmo 114 que dice: Conviértete, ¡oh ánima mía!, a tu descanso, pues te ha hecho Dios bien; y libró mi ánima de la muerte y mis pies de caer[vii][7]. Como si dijera: Vuelve, ¡oh hombre!, tus ojos y corazón a Dios, pues en Él sólo podrás hallar tu descanso; y no te hartará cosa alguna creada menos que tu Creador mismo[viii][8]. Así que convertirse el ánima a Dios, que es su descanso, es volverse el hombre a Dios por consideración y dilección; y poner en Él sus ojos es mirarle, y conversarle, y abrazarle con la oración, meditación y lección, uniéndose y ayuntándose a Dios por deseo. [i][1] Lc 9,62. [ii][2] Is 60,19; Ap 21,23; 22,5. [iii][3] Concilio de Trento, ses. 14, cap. 5 y 8. [iv][4] 1Cor 15,57. [v][5] Sal 54,7. [vi][6] Léase San Bernardo, Serm. 16 de divers. [vii][7] Sal 114,7-8. [viii][8] San Agustín, Confes., 1,1. |
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