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Tercer domingo de Pascua: Nuestra Señora del Valle de Catamarca
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Un indio, de los jornalizados al servicio del vizcaíno, se dice vizcaíno porque era oriundo de la región española de Vizcaya Don Manuel de Salazar, Comisario de los Nativos y Juez para los españoles, en el silencio de la tarde percibe voces apagadas y un rumor de pisadas en la arena movediza y cálida de la estrecha quebrada que corría en la hondonada. Allí ve aproximarse y luego pasar un reducido grupo de indiecitas. Caminaban recelosas como temiendo que alguien las sorprendiera. Iban conversando mitad kakan, mitad castellano. El indio no pudo comprender lo que decían pero algo muy importante y vio que llevaban lamparillas listas para ser encendidas y algunas vistosas y fragantes flores de la montaña. Al despuntar el alba del día siguiente, retornó a sus tareas y lo visto la tarde anterior volvió a preocuparlo por lo que regresó afanoso hacia aquellos parajes. Pronto dio con las huellas. Unas pocas, frescas; las más, ya de cierto tiempo. Contando desde el pueblo de Choya, habría caminado unos cinco kilómetros, remontó la quebrada como unas quince cuadras, cuando de pronto apareció, en una pendiente muy inclinada y a unos siete metros de altura, un nicho de piedra bastante disimulado entre garabatos y chaguares pero al que podía llegar con relativa facilidad. Hacía aquel lugar se dirigía el frecuentado sendero. Lleno de asombro continuó investigando y vio cómo, al pie del nicho y su pendiente, había ramas quebradas y hasta espacios bien talados donde evidentemente habían encendido fogatas e incluso bailado sus hermanos las tradicionales danzas tribales. Allá al fondo de la gruta se descubría una Imagen de la Santísima Virgen María, era pequeñita, pero muy linda, era como algunas que había visto en casas de los españoles. Esta era de rostro morenito y tenía las manos juntas. Cerca de la Imagen, se advertían muchas candilejas todas apagadas y algunas semiocultas por la abundante y fina arena que el viento iba juntando entre las piedras. De esto, pasaron seguramente algunas semanas, quizá hasta meses, cuando el indio seguro ya de su descubrimiento, se determinó a dar cuenta del mismo a su amo. Un día se le acercó y le narró todo. ¿Cómo había ido a parar en aquellos lugares una imagen de la Virgen María? Salazar decidió cerciorarse personalmente de la veracidad de aquel extraño relato, yendo al lugar descrito por el indio. Se dirige con el nativo al lugar y nicho mencionados. Llegó hacia el anochecer con el fin de sorprenderlos en lo que él imaginaba, desenfreno y desorden. Nada de eso. Sí un silencio expectante y completo y verdadero recogimiento. Al llegar el Administrador del Valle, trepa con el indio hasta la entrada de la gruta, y la encuentra tal cual su servidor se la había descrito. No cabía duda; era la Imagen de la Reina del Cielo, soberana en su advocación de la Pura y Limpia Concepción. De inmediato dispone no dejar un momento más la Imagen en aquella agreste y desolada cueva. Y del modo más amable pero firme manifiesta a los presentes que la llevará consigo a sus “heredades” de Motimo. Los indios comienzan a expresar quedadamente su descontento y dicen a media voz: “Si es nuestra, nosotros la queremos. Ella nos cuida, siempre nos defiende”, Salazar insiste en su determinación y allí mismo, tomándola delicadamente en sus manos, la lleva reverente a su casa. Salazar le construye una humilde repisa donde la ubica, quedando a buen recaudo. Los miembros de la familia y sus allegados rivalizarían con Don Manuel en adornarla con hermosas flores, sin descuidar los cirios encendidos al caer de la tarde de los sábados, cuando reunidos todos rezarían devotos el Santo Rosario. Al amanecer de un día de tantos, como acostumbraba hacerlo, antes de comenzar sus faenas, se llega a visitar a la “Madrecita Morena” que reinaba en su casa desde una repisa. Pero no la encuentra. Al preguntarle a su esposa, Beatriz, tampoco sabe cosa alguna. La noche anterior (asegura) estaba la imagen en su repisa y no sabía que hubiera entrado persona alguna a la casa. ¿Estaría de nuevo en su gruta?. ¿Porqué no buscarla allí? ¿A lo mejor, algún indio audaz habría entrado de noche a su casa, llevándosela a pedido de los nativos pobladores de Choya? Se dirige a la gruta y llegando al lugar trepa decididamente hasta el mismo sitio del que sacara la imagen… y ¡Oh prodigio!. Allí estaba, tal cual la viera la primera vez. Pero ahora sin flores, ni cirios. No había signo alguno, ni rastros de pisadas humanas que dijeran que alguien hubiera estado allí antes que él. Llegado a la población y a la casa, la coloca en su sitio; y día y noche multiplica la vigilancia. Pero todo fue inútil. Varias veces tuvo que viajar a la gruta de Choya a “capturar a la Fugitiva” y traerla de nuevo a su casa. Según describe el historiador de Catamarca, el sacerdote Antonio Larrouy: Representa a la Virgen en el misterio de su Concepción Inmaculada, de pie, la media luna bajo sus plantas, las manos juntas ante el pecho, mirando el cielo sonriente. En conformidad con una antigua costumbre española, la Imagen fue vestida con ropas de tela desde los principios y vestida ha quedado siempre. Por decreto Vaticano de 1889 se concede la coronación de la Imagen de la Virgen del Valle de Catamarca en virtud de los innumerables prodigios que realizó en toda la región del noroeste argentino. En 1914, el entonces Obispo Diocesano de Catamarca, Mons. Bernabé Piedrabuena, encarga al historiador Larrouy que ideara un escudo para la Reina y Patrona de Catamarca. Este lo ideó conforme a las leyes heráldicas, y de acuerdo a las normas lo dibujo un Sr. Thomas, eminente heraldista. Forma oval: Corresponde a la realeza; como también el dosel sobre el que están puestos la corona y los cetros. Los cetros se cruzan por detrás del óvalo, para terminar en las flores heráldicas una rosa y una flor de lis. La corona es abierta, porque así se acostumbra ponerla en los escudos de las reinas. Se alternan estrellas y flores de lis, por ser la Reina Universal de cielos y tierras. Los doseles de los escudos reales italianos se pintaban de armiño, o sea blanco con pintas negras semejantes a cruces. Los del escudo de la Virgen son tan elegantes que vienen a ser como una joya en su género. Colores: Los colores usuales son los de dos metales; oro y plata, y los cuatro esmaltes: azul, verde, rojo y negro. Campo: Es el fondo del escudo. Para mayor claridad se recurre aquí a lo muy querido y conocido: el Escudo Nacional. Su lema dice SPES NOSTRA (Esperanza Nuestra) palabras, que como se sabe, fueron tomadas de la oración de la "Salve". Figuras: Posee un emblema simbólico, la flor de lis; sus cuatro iniciales NSDV y una estrella. La Virgen Morena, algo atípico para ese entonces, recibió el honorable título de Patrona Nacional del Turismo el 20 de marzo de 1974 bajo la tercera presidencia de Juan Domingo Perón. Bibliografía: "HISTORIA POPULAR DE LA VIRGEN DEL VALLE" - Editorial Guadalupe - Pbro. Alberto S. Miranda |
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