I.- El Miércoles de Ceniza,
con la ceremonia de imposición de la ceniza, comenzó la
Cuaresma. Un tiempo litúrgico de ayuno y penitencia instituido
por la Iglesia por tradición apostólica. La Cuaresma ha
sido instaurada:
1.- Para darnos a entender la obligación que tenemos
de hacer penitencia todo el tiempo de nuestra vida y prepararnos, por
este medio, a celebrar santamente la Pascua.
2.- Para imitar en alguna manera el ayuno de cuarenta días
que Jesucristo practicó en el desierto.
Los Evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el
desierto inmediatamente después de su bautismo por Juan. Al final
de este tiempo, Satanás le tienta tres veces tratando de poner
a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques
y el diablo se aleja de él. La victoria de Jesús en el
desierto sobre el tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión,
suprema obediencia de su amor filial al Padre.
Como Dios que es, Jesús no podía sentir ninguna inclinación
al pecado, por eso la tentación no tiene ningún efecto
y la resistió fácilmente. Pero quiso someterse a ellas
para servirnos a nosotros de ejemplo:
“para hacerse semejante a los demás
hombres en todas las miserias que no son culpa… y con la victoria
de sus tentaciones nos enseñase a vencer las nuestras y nos diese
ánimo y esfuerzo para vencerlas” (P.Lapuente).
II.- En el Padre nuestro, el mismo
Jesucristo nos enseñó a pedir: No nos dejes caer en la
tentación.
“Tentar” significa someter a prueba a alguien con el fin
de averiguar de él alguna verdad. El diablo es llamado tentador
en las Sagradas Escrituras porque induce a los hombres al pecado o a
su perdición. Para ello se vale, como de incentivos interiores,
de nuestras afecciones y pasiones, y como de incentivos exteriores,
de todo tipo de acontecimientos prósperos y adversos, e incluso
de otras personas.
Lo que se pide a Dios es que no consintamos en las tentaciones, y que
su gracia esté siempre dispuesta para ayudarnos cuando a nosotros
nos falten las fuerzas para resistir al mal. No es pecado tener tentaciones;
pero es pecado consentir en ellas o exponerse voluntariamente a peligro
de consentir.
III.- Contamos siempre con la gracia de Dios para vencer
cualquier tentación. Pero necesitamos armas para vencer en esta
batalla espiritual.
Podemos prevenir la tentación con la mortificación constante,
al vivir la caridad, en la guarda de los sentidos internos y externos.
Y junto a la mortificación, la oración: “Velad
y orad para no caer en la tentación” (Mt
26, 41). También debemos prevenirla huyendo de las ocasiones
de pecar y teniendo el tiempo bien ocupado, principalmente cumpliendo
bien nuestros deberes profesionales, familiares y sociales.
Al advertir que somos tentados hemos de invocar con fe los santísimos
nombres de Jesús y de María, o decir con fervor alguna
jaculatoria, por ejemplo: “Dadme gracia, Señor,
de no ofenderos jamás“; o bien hacer la señal
de la Cruz, evitando con todo que por las señales exteriores
echen de ver los demás nuestra tentación.
Particular atención y amor pondremos en recibir la gracia de
la Confesión, acercándonos bien dispuestos, arrepentidos
sinceramente de las faltas y pecados. El sacramento de la Penitencia
da al alma auxilios oportunos para no recaer en la culpa y devuelve
la paz a la conciencia.
A todo esto nos invita el tiempo de Cuaresma que ahora comenzamos. En
unión con la Virgen María, vamos a retirarnos con frecuencia
al “desierto” de la oración y la penitencia y recibiremos
la luz y gracia de la salvación.
Por: Marcial Flavius, presbítero
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