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El Padrenuestro es la oración que el mismo Cristo nos enseñó. Su formulación castellana la que aprendimos de niños viene avalada por la tradición de la Iglesia, y su uso se pierde en los siglos y las generaciones. Quizá nada deba considerarse más intangible. Vayamos al contenido mismo del nuevo texto. Se ha sustituido en él la petición del perdón de nuestras deudas [perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores] por el de “nuestras ofensas” [perdónanos nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden]. Pero, ¿es lo mismo deuda que ofensa? Yo puedo tener deudas con otro (de gratitud, de apoyo, de caridad) y no haberle ofendido nunca. Inversamente, alguien puede ser nuestro deudor y no habernos ofendido jamás. El que ofende (daña, injuria) contrae, ciertamente, una deuda con el ofendido (la de repararlo), pero no toda deuda entraña ofensa. La oración del Padrenuestro es de una perfección tal, como de origen divino que es, enseñada a los hombres por el mismo Jesucristo, que no puede alterarse una letra sin perjudicarla. Es más, el cambio de estas breves palabras tiene una consecuencia en la que a veces no se repara: ¡la Virgen María no hubiera podido rezar el Padrenuestro! O lo que es lo mismo, no podemos rezar el nuevo Padrenuestro en unión con Nuestra Señora, pronunciando las mismas palabras. Porque la Virgen tenía, ciertamente, grandes deudas con Dios (haberla creado, haberla elegido entre todas las mujeres, haberla preservado del pecado original, etc.), pero jamás cometió ofensa alguna contra Dios, ella es la Inmaculada, la que nunca cometió ni el más leve pecado. Hoy todo es “nuevo”, y tenemos una Misa nueva, un Catecismo nuevo y hasta un Padrenuestro que es “nuevo”, “actualizado”. Se nos dice que se trata de que cuantos
rezan en castellano en uno y otro hemisferio utilicen la misma fórmula.
¡Peregrino designio unificador en quienes han abandonado la lengua
universal de la Iglesia, la lengua del misal romano! Enseñemos, pues, a nuestros hijos la oración que aprendimos de nuestra madre, la que Él mismo nos enseñó. |
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