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Santa Rosa: Un Veterano de Guerra recibió una casa por su valentía
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Orlando no tenía donde vivir y en reconocimiento a su lucha, la municipalidad de Santa Rosa, le obsequió una casa para él y sus 9 hijos. En Malvinas lo dieron por muerto, una historia digna de conocerse... Por Gabriela Sosa para Diario UNO, Mendoza Orlando Edgardo Urquiza, tiene 50 años y como tantos ex veteranos de la guerra de Malvinas que viven en la provincia, este martes fue reconocido por su comunidad en el departamento de Santa Rosa. La emoción lo invadió nuevamente como cada 2 de abril, pero esta vez, todo tuvo un significado especial, porque recibió en este día tan significativo las llaves de su casa. Orlando no tenía donde vivir y en reconocimiento a su lucha, la municipalidad de Santa Rosa, junto al Instituto Provincial de la Vivienda, obsequió una casa para mejorar la calidad de vida de Orlando y sus 9 hijos. Un gesto que sin dudas merece ser imitado. “Es bueno reconocer a las personas con diplomas y medallas, pero el mejor reconocimiento que en este caso merece tener nuestro ex combatiente de Malvinas, es mejorándole su calidad de vida, y que mejor que entregándole una casa para que disfrute con su familia” afirmó Sergio Salgado, intendente de Santa Rosa y uno de los impulsores de esta iniciativa. “Hoy puedo tener mi casa, no tenia donde vivir, siempre andaba alquilando. Hay cosas que no se olvidan jamás y este 2 de abril ha sido muy especial, las autoridades comprendieron mi situación y hoy gracias a Dios puedo tener mi hogar” expresó Urquiza, quien es padre de 9 hijos y trabaja como remisero. La historia después de la guerra En uno de los vagones, sentado en una orilla en el piso, un joven lloraba, en realidad lo hizo – quizás muchas veces hasta en silencio - desde que terminó la guerra de Malvinas, solo quería encontrarse con su familia. Había pasado mucho tiempo, tenía apenas 18 años y tuvo que vivir como muchos un capítulo de su vida teñido de oscuridad y sufrimiento. Orlando, recuerda como si fuera ayer cada momento vivido en Malvinas, donde muchos dejaron la vida; otros vieron caer a sus camaradas y sufrieron en carne propia el dolor de la derrota, la humillación del cautiverio y la ingratitud del regreso e, incluso, hasta el olvido de algunos de sus compatriotas. “Estaba en el Batallón de Infantería N° 3 a punto de retirarme junto a otros compañeros, cuando nos dejaron encerrados y nadie nos decía porque. Luego, nos embarcaron en un avión con ropa de abrigo y solo pensábamos que se trataba de una simple salida de rutina, pero no fue así” recuerda Orlando. “Nos trasladaron al Batallón de Marina N° 5. Había otros compañeros y a muchos de los que recién se incorporaban, tuvimos que enseñarles como se usaba un arma. Posteriormente, nos llevaron en helicóptero hasta Malvinas, nos dejaron en Bahía Elefante Marino, a dos millas al norte del asentamiento ubicado en la Isla de Borbón. Hasta ese momento no entendíamos bien que pasaba, luego nos llevaron a los campos y un par de aviones comenzaron a bombardear la zona y terminamos de comprender que estábamos en guerra. Por supuesto, uno no sabe lo que es una guerra; eso hay que vivirlo", dice. En Malvinas vivió días duros. Orlando cuenta que los primeros meses consiguió establecer comunicación con su familia “Podíamos enviar telegramas y recibir también, pero luego una bomba destrozó el cuartel de comunicaciones y perdí contacto con todos”. Había terminado la guerra y en Las Catitas, todos creían que Orlando había muerto. Los vecinos concurrían en aquel entonces, a las misas oficiadas por el Padre Tulio Pusterla, quien rezaba por su alma y la de todos aquellos soldados caídos en combate. “En Puerto Argentino, me dieron por muerto” recuerda. “Cuando llegué a Buenos Aires lo primero que hice fue enviar un telegrama para que me esperaran, pero el mensaje nunca llegó y nadie tenía noticias acerca de mi”. Este ex combatiente tuvo que dar batalla a la vida, a la desolación y a la tristeza, soportar el fragor del combate y vivir en condiciones climáticas extremas. Estuvo cercado durante más de dos meses, bajo el flagelo y la desolación. Pero tuvo que soportar el dolor más grande, el haber perdido a su madre cuando él estaba en Malvinas “Fue inexplicable mi dolor, mi angustia, mi llanto. Ella falleció pensando que yo había muerto en la guerra. Si bien tenía una enfermedad terminal, su vida se agravó más aún, cuando se enteró de aquella falsa noticia. La pena pudo más y murió de tristeza. Ella nunca supo, que yo estaba vivo”. Aquella fría mañana de junio en que Orlando
regresaba a su pueblo natal, nadie lo esperaba en la Estación
del Ferrocarril. La tristeza de su muerte había embargado el
alma de los pueblerinos. “Siempre recuerdo que en aquel entonces
solo quería abrazar a mis hermanos y sabía que mi madre
nos iba a abrazar desde el cielo. Unas 30 monjas que viajaban a San
Juan le pidieron al maquinista que detuviera o mermara la marcha para
que yo bajara en Las Catitas, ya que sólo había parada
en San Martín. Ellas me ayudaron, me bajaron las valijas, mientras
el tren mermó su paso. Allí el guardia de la estación
sin decir una palabra solo me abrazó y nos echamos a llorar”. El joven soldado se acercaba para cumplir su sueño, abrazar a sus dos hermanos Jorge y Juan. “Vivíamos en una casita en calle Guiñazu. Nene Muzaber, quien nos alquilaba me acompañó a ver a mis hermanos y finalmente nuestros corazones se estrecharon en un solo abrazo”. Orlando volvió a sobrevivir. Primero, a la guerra. Luego, a los fantasmas que la guerra le dejó, pero ahora su vida cambió y en su nuevo hogar tejerá ilusiones, concretará sueños, abrazará a sus hijos y nietos y todo lo vivido hace 31 años atrás, quedará en el recuerdo.
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