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 Por Hugo Sirio 
          
        El Poder Judicial ha sido convertido en el blanco de referencia peligroso 
          proveniente de los otros poderes del Estado, los que nos lleva a advertir 
          sobre la existencia de un irresponsable juego donde se pretende proyectar 
          las dificultades de cada uno del otro. 
        Ante esta situación cabe en primer lugar que varios Colegios 
          de Abogados han expresado reiteradamente el valor de la división 
          de los poderes y la independencia de cada uno de ellos entre sí, 
          sin que esto signifique apañar o cohonestar las irregularidades 
          que pudiesen existir. 
           
          Considero que la histórica posición, que ante el ejercicio 
          incorrecto de la función judicial hay que cumplieron el mandato 
          legal de denunciar y llevar adelante los juicios políticos contra 
          los magistrados sospechados fehacientemente. 
           
          La creación del Consejo de la Magistratura con rango constitucional 
          y el Jurado de Enjuiciamiento, sin la intromisión de los Poderes 
          Ejecutivo y Legislativo, ha demostrado que sin el aporte de acusaciones 
          exorbitantes, se pude llevar adelante la remoción de jueces en 
          un número nunca visto en toda la historia de nuestra República. 
           
          Conformados estos entes por representantes de la abogacía que 
          exhibieron un claro coraje en el ejercicio de sus funciones. 
           
          Por eso advierto que la escalada de declaraciones podría terminar 
          en una injerencia que siga menoscabando la independencia del Poder Judicial, 
          debería tratarse con mesura el tratamiento de esta delicada cuestión. 
           
          Para Gaetano Mosca (1858-1941), y basado en la historia del poder, el 
          principio fundamental de cualquier análisis político es 
          el siguiente: “en toda sociedad (...) existen dos clases de personas; 
          la de los gobernantes y la de los gobernados. La primera, que es siempre 
          la menos numerosa, desempeña todas las funciones políticas, 
          monopoliza el poder y disfruta de las ventajas que a él van unidas. 
          Mientras que la segunda clase, la numerosa, es regulada y dirigida por 
          la primera...” 
           
          Tal vez esa idea -que tienen quienes detentan el monopolio del poder- 
          les haga suponer que están facultados para inmiscuirse en cuestiones 
          ajenas a sus funciones específicas. Por eso el sistema representativo 
          peligra cuando la distancia entre representantes y representados se 
          extiende hasta alcanzar niveles en los que se puede cuestionar el proceso 
          de representación. 
           
          La sociedad tiene el derecho de volver a confiar en sus instituciones 
          porque de no hacerlo sobrevendrá el caos que se desparramará 
          como mancha en toda la República. 
           
          ¿O será que la “élite política” 
          necesita de discursos grandilocuentes y con aparente contenido, que 
          den sentido a su papel frente al gobernado y que justifique su lugar 
          prestado por la sociedad? 
         
          
          
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