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 Convocados por 
          la Agrupación Pro Izamiento de la Bandera en la Plaza Belgrano, 
          cerca de treinta personas conmemoraron esta mañana, frente al 
          monumento a Manuel Belgrano, el 196º aniversario del día 
          en que su creador enarboló por primera vez la bandera nacional, 
          en la ciudad de Rosario. 
        Minutos después de las 10 de la mañana, comenzó 
          el sencillo acto con una reseña histórica a cargo de la 
          licenciada María Teresa Tartaglia, quien destacó los vínculos 
          que unen al creador de la enseña patria con la Villa de Luján. 
        Luego, Irene Benítez, de la comisión organizadora, leyó 
          un poema dedicado al pabellón nacional de la poetisa local Dulce 
          Pereyra. Y el presidente de la Agrupación, Ireneo López, 
          brindó emotivas palabras referidas a la recuperación de 
          las Islas Malvinas. 
        Finalmente, la intendenta Graciela Rosso colocó una ofrenda 
          floral junto a la diputada nacional (mandato cumplido) Ruth Monjardín. 
          Cerró el acto la jefa comunal, quien subrayó que Belgrano 
          murió en la pobreza, “no como muchos políticos que 
          se sirven de la Patria”. 
        Luego, los participantes se trasladaron hasta la rotonda Ana de Matos, 
          sitio en el que izaron los pabellones nacional y provincial. Debieron 
          hacerlo en ese sitio, ya que el mástil en el que desde hace casi 
          dos décadas realizaban esa ceremonia fue retirado al realizarse 
          la reforma de la plaza ubicada frente a la Basílica Nacional. 
        En diálogo con Luján en Línea, López explicó 
          que el mástil se encuentra “tirado” en el Museo Udaondo 
          y manifestó su confianza en que el gobierno comunal pronto lo 
          reponga en su sitio original. 
        María Teresa Tartaglia recordó que Belgrano estuvo “demorado” 
          en una finca lujanense. 
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        Un poco de historia... 
        El 27 de febrero de 1812, en la Batería Independencia de Rosario, 
          a las seis y media de la tarde, Manuel Belgrano mandó a enarbolar 
          por primera vez la bandera argentina; pero de inmediato el Triunvirato 
          lo amonestó y le ordenó guardarla. 
           
          El cumpleaños de la mayor insignia patria conlleva por esto un 
          sabor amargo: haber fijado el Día de la Bandera el 20 de junio, 
          aniversario de la muerte de su creador, es un homenaje, pero también, 
          una forma de evitar tan engorrosa historia. 
           
          Explicar que tras la creación de la enseña azul y blanca, 
          la Argentina volvió a tener durante cuatro años la bandera 
          roja realista, incomoda a más de uno. 
           
          El 13 de febrero de 1812, Belgrano le había pedido al Triunvirato 
          una escarapela nacional que distinguiese a sus soldados de los españoles, 
          porque la insignia que usaban era igual a la de las tropas enemigas. 
           
          El 18 de febrero de 1812, el Triunvirato creó la escarapela nacional, 
          gesto al que nueve días más tarde un entusiasmado Belgrano 
          respondió con el enarbolamiento de la primera bandera. 
           
          El 27 de febrero le escribió al Triunvirato: “En este momento, 
          que son las 6 y media de la tarde, se ha hecho la salva en la Batería 
          de la Independencia (...) Siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, 
          la mandé hacer blanca y celeste conforme a los colores de la 
          escarapela nacional. Espero que sea de la aprobación de V.E.” 
          Pero el Triunvirato no la aprobó: jaqueado por la situación 
          política internacional, el 3 de marzo de 1812 el gobierno le 
          ordenó ocultarla; sin embargo, el general, en viaje al noroeste, 
          no recibió a tiempo la orden y el 25 de mayo enarboló 
          bandera en Jujuy, donde fue bendecida por primera vez. 
           
          En junio, el Triunvirato volvió a recriminarle: “La situación 
          presente, como el orden y consecuencia de principios a que estamos ligados, 
          exige (...) que nos conduzcamos con la mayor circunspección y 
          medida; por esto, la demostración con que V.S. inflamó 
          a las tropas de su mando enarbolando la bandera blanca y celeste, es 
          a los ojos de este gobierno de una influencia capaz de destruir los 
          fundamentos que justifican nuestras operaciones”. 
           
          Y agregaba: “ha dispuesto este gobierno que sujetando V.S. sus 
          conceptos a las miras que reglan determinaciones con que él se 
          conduce, haga pasar como un rasgo de entusiasmo el enarbolamiento de 
          la bandera blanca y celeste, ocultándola disimuladamente y sustituyéndola 
          con la que se le envía, que es la que hasta ahora se usa en esta 
          fortaleza y que hace el centro del Estado”. 
           
          Belgrano prometió guardarla hasta que un triunfo meritara volver 
          a exponerla y la oportunidad se la dio la batalla de Tucumán, 
          el 24 de septiembre de 1812. 
           
          Entre tanto, en Buenos Aires, el fervor patrio se mantenía en 
          pie: el 23 de agosto, en la Iglesia San Nicolás de Bari, al celebrarse 
          un oficio para festejar el aplastamiento de la conjuración de 
          Alzaga, la bandera flameó en las narices de uno de los triunviros, 
          Miguel de Azcuénaga, que asistió a ese acto. 
           
          Lo mismo ocurrió al saberse del triunfo de Belgrano en Tucumán: 
          “El 5 de octubre (1812), cuando en esta capital se difundió 
          la noticia de la victoria de Tucumán, a la puesta del sol se 
          arrió la bandera rojo y gualda del fuerte y en la misma asta 
          se izó un gallardete celeste y blanco, que dominaba a la insignia 
          amarilla y encarnada que quedaba debajo”, escribió en sus 
          “Memorias curiosas” Juan Manuel Beruti. 
           
          No fue todo: al año siguiente, el 13 de febrero, el Ejército 
          del Norte juró obediencia a la Asamblea del Año XIII en 
          presencia de la bandera nacional, que sin embargo no fue reconocida 
          como tal sino hasta el 20 de julio de 1816, cuando el Congreso de Tucumán 
          le dio por ley ese carácter. 
           
          ”Elevadas las Provincias Unidas en Sud América al rango 
          de una Nación, después de la declaratoria solemne de su 
          independencia, será su peculiar distintivo la bandera celeste 
          y blanca”, sancionó. 
           
          Pero ya habían pasado cuatro años y apenas faltaban otros 
          tantos para que, olvidado y pobre, muriera Belgrano, su creador. Tan 
          olvidado, que sólo uno de los ocho periódicos de Buenos 
          Aires informó de su deceso. Tan pobre, que tuvo por lápida 
          el mármol del lavatorio familiar. 
           
          Fuente: Ana María Bertolini - La azul y blanca cumple 195 años 
          – Buenos Aires (2007)  | 
        
          
          
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