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Fuente:
Río Negro |
29/07/08 |
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Otro disparo al corazón del silencio en torno de Malvinas | ||
Dos días antes del 26º aniversario del fin de la guerra Gustavo Domenichelli se suicidó y abrió interrogantes que la sociedad y el Estado tienen el deberde resolver para que su historia y la de tantísimos otros veteranos no sigan repitiéndose en el vacío de la indiferencia. "Debates" estuvo en su casa de Quilmes. El pasado 12 de junio Gustavo Andrés Domenichelli (46) volvió a su casa de Quilmes Oeste, como todos los días de los últimos dos meses, tras concurrir al centro de salud mental Malvinas Argentinas, cerca de Parque Centenario, donde se atiende a veteranos del conflicto armado afectados de estrés postraumático y otras patologías. Fue una jornada común, cuenta Daiana (17), la hija mayor: "Había entrado a terapia a eso de las 8 y se había retirado sin problemas. Eso dijeron, que se fue lo más bien". Gustavo mostraba una cosa, pero por dentro estaba mal. No hablaba de la guerra en familia. Sólo cuando tomaba un poco soltaba alguna que otra historia. Los recuerdos le dolían. Había partido a Malvinas el 23 de marzo de 1982 desde Córdoba como colimba viejo del Grupo de Artillería Aerotransportado 4, donde realizó el curso de paracaidista para darse el gusto. En el conflicto fue voluntario camillero y con apenas diecinueve años salvó la vida de varios compañeros. "Los profesionales que lo trataban dicen que sentía culpa por todos los soldados malheridos que había tenido en sus brazos y no había podido rescatar", explican en su familia. Estaban a punto de almorzar Ana María y su hijo menor (16). Le dijo a su esposa que tenía "los huevos de oro. Seguí para adelante, te quiero mucho" y a Andrés, que también lo quería "mucho, mucho". Y se metió en el dormitorio matrimonial. Daiana se había ido minutos antes a tomar mate a lo de una amiga. Hoy recuerda que con ella sí hablaba de la guerra. "Contaba que cuando estaban en los pozos de zorro llovía y la mayor parte del tiempo estaban llenos de barro, con un frío inmenso. Mi viejo vivía con medias aun en pleno verano, porque sentía los pies fríos, congelados. Y eso le recordaba Malvinas. A veces yo escuchaba un tema de La Renga que se refiere a la muerte en la esquina del barrio y él lo relacionaba con la guerra, donde tuvo la muerte al lado todo el tiempo". Estaba el diablo mal parado/ en la esquina de mi barrio/ ahí donde dobla el viento y se cruzan los atajos./ Al lado de él estaba la muerte con una botella en la mano/me miraban de reojo y se reían por lo bajo. (1) "Mi papá -prosigue Daiana Domenichelli- tenía estrés postraumático crónico depresivo, dicho por psicólogos y psiquiatras del (hospital neuropsiquiátrico) Borda, pero cuando iba a juntas médicas del Ejército para ver si le correspondía el anexo 40 (de la ley nacional 22674/82, "Subsidio a personas con inutilización o disminución psicofísica por su intervención en el conflicto con el Reino Unido") aducían que no tenía nada, que estaba lo más bien. Y se lo denegaban. El anexo 40 otorga tratamiento y pensión vitalicia, según el grado de lesión que tengan. Lo intentó tres veces y se lo rechazaron diciendo que no tenía secuelas. Estaba todo un año haciendo un tratamiento previo para concurrir a una junta con los médicos, respondía algunas pocas preguntas y quedaba a la espera de una respuesta por carta. Nunca fue favorable. Creo que mi viejo encontró una rápida salida para huir de los problemas... como siempre decía: 'la más rápida'". Gustavo había sido inspector de Tránsito de la Municipalidad de Quilmes y últimamente se desempeñaba como portero y ayudante de cocina en la Escuela Nº 56 de ese distrito, donde estaba con parte médico. Desde la presidencia de una cooperativa de viviendas había movido todos los papeles demorados durante casi diez años y logrado la construcción de dos planes, uno de casitas y otro de torres de departamentos para veteranos. El tratamiento -rememora su mujer Ana María- lo había comenzado en el 2003, en Campo de Mayo. Veinte años después del fin del conflicto con Gran Bretaña "se le había hecho como un clic. En Malvinas le tocó ser camillero y vivió muchas cosas feas. El grupo de compañeros que salió de Córdoba se mantuvo unido hasta hoy; nos reunimos todos, comemos juntos, somos una familia. El fin de semana anterior al jueves 12 habíamos estado en esa provincia. La había pasado re-bien, había recorrido todas las instalaciones del destacamento militar y había podido ver un monumento de mármol con los nombres de todos los que fueron a Malvinas. Ahí estaba el suyo", recuerda. "Pero tenía sus rayes, sus locuras. Trabajó quince años en Tránsito y cuando lo mandaron a la calle con la moto, era 'zorro', tuvo muchos problemas con la gente. No aguantaba que le hablaran mal, que lo desautorizaran o discutir. Un día uno no le paró y le pasó despacito sobre un pie; vino a casa, tomó una de las armas que tenía y me dijo que si volvía a ver a ese tipo lo iba a matar. Se iba con el arma a trabajar. El psicólogo le aconsejó que no trabajara más en la calle", relata Ana. "Yo les dije a los psicólogos del centro de salud (mental Malvinas Argentinas) que no lo veía bien. Para ellos estaba excelente, pero cuando llegaba a casa estaba mal. Iba de lunes a viernes de ocho a doce. Los que lo atendían quedaron impactados y dijeron que ni ese jueves ni los días anteriores vieron que podía estar mal. No dio ninguna señal. Era un loco de las armas: dos pistolas y una escopeta, las tenía cargadas y decía que si entraba un ladrón no salía vivo. 'Si en Malvinas no me mataron no me van a matar acá', decía; todo lo relacionaba con la guerra. Un fin de semana se tomaba su vinito, su cerveza, y ahí recordaba más... que había alzado a un compañero de Córdoba con un vómito blanco sobre el pecho y había fallecido a los pocos días... y al final ya levantaba cabezas, una pierna por acá, un brazo de allá, para enterrar todo en un pozo, así nomás. Eso lo ponía re-mal", recuerda. "Un mes, dos meses, andaba bien y por ahí se bajoneaba. Tomaba siete clases de pastillas. Tenía una farmacia en el ropero. Cuando venía la carta de rechazo del anexo 40 le hacía mucho daño. No soportaba que lo tratara gente que no tenía la menor idea de la guerra. Una psicóloga en Campo de Mayo le preguntó una vez si había pasado frío en Malvinas; se puso loco. No entendía tanta ignorancia. En el barrio le decían 'el loco de las Malvinas'. No le tenían respeto, le temían", dice. A veces se ponía a tirar contra una puerta de chapa en el fondo. "Y no podía tener armas, estaba bajo psiquiatra, pero las conseguía con papeles y todo". La mayoría de los veteranos las tienen en su casa. Una bomba de tiempo. "Siempre me decía que para pegarse un tiro no se avisa y no se habla", relata su esposa.
LA PROCESIÓN "El lenguaje (...) nos hace sujetos y nos dona los sentidos que nos permiten vivir; con la palabra dotamos de sentidos el mundo, lo humanizamos, lo hacemos soportable. La palabra es nuestro modo de estar en él". (2) El número de suicidios de excombatientes argentinos de la Guerra de Malvinas supera el de los que cayeron durante el enfrentamiento en las islas. En el conflicto murieron 649 compatriotas, 323 durante el hundimiento del crucero "General Belgrano" y 326 en el archipiélago. El Estado no posee cifras oficiales, pero la mayoría de los veteranos habla de más de 350 casos y hay quienes afirman que sobrepasan los 450. En todo caso ya son cientos las historias que se repiten, aunque a la vez todas son únicas. Estadísticas publicadas del Ministerio de Salud (2004) indican que la tasa anual de suicidios en la Argentina es de 8,2 casos cada 100.000 habitantes. Si son unos 14.000 los sobrevivientes del conflicto bélico (el Ministerio del Interior censó más de 25.000, cifra muy resistida por los excombatientes) y se dan por ciertos los 350 casos antes citados, la tasa anual de suicidios en este segmento es de 108,7 cada 100.000 habitantes, catorce veces mayor que entre el resto de la población. La esposa de Domenichelli recuerda que a su regreso al continente la sociedad miró para otro lado, no recordó a los que murieron ni contuvo a los que volvieron. "Desmalvinización" que le dicen. Regresaron con la derrota que la dictadura les quiso atribuir a cuestas. Cualquier lector que acceda a internet encontrará alrededor de 10.000 sitios con información variada sobre suicidios de nuestros combatientes en Malvinas y podrá cotejar los casos allí relatados. Pero de esta guerra poco se habla. Miles de testimonios y datos colectados en los veintiséis años que nos separan del '82 han quebrado el silencio oficial y evidencian que los soldados argentinos tuvieron que combatir con varios enemigos además de los ingleses: el frío, el hambre, la falta de capacidad y la cobardía o crueldad de sus propios jefes. La vuelta a casa en la posguerra fue bajo el signo de la indiferencia social, el olvido impuesto por los militares y el silencio. Se combatió a los excombatientes ignorándolos, negándoles trabajo, vivienda digna y asistencia para sostener las heridas externas e internas y dándoles la espalda. Los jefes se refugiaron en la impunidad de la dictadura. El acuerdo fue tácito: había que ocultarlos, borrar lo sucedido. Para ser dados de baja del servicio militar entonces obligatorio tuvieron que firmar una declaración jurada comprometiéndose a no hablar de la guerra. Los dolores acumulados, la frustración, el desengaño, los padecimientos, las iniquidades y la bronca anidaron en cada uno de ellos hasta volverse inaguantables. Hablar, contar, cosa que Domenichelli no pudo hacer a fondo, es el primer paso para atenuar ese infierno interno y comenzar a sanar las heridas. Durante casi dos décadas, salvo el Informe Rattenbach (3), se eludió la crítica de un fracaso del que nadie se hizo cargo. El general Leopoldo Fortunato Galtieri y el almirante Jorge Isaac Anaya fallecieron sin decir palabra al respecto ni enfrentar sus responsabilidades militares y políticas, con todas sus consecuencias. SALIDA DE EMERGENCIA Sobre ese informe, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas condenó a Galtieri a doce años de reclusión y destitución; a Anaya, a catorce de reclusión y destitución y al brigadier Basilio Arturo Lami Dozo, a ocho años de reclusión. Quedaron absueltos por prescripción de los delitos Osvaldo Jorge García, Helmut Weber, Juan José Lombardo, Leopoldo Alfredo Suárez del Cerro, Omar Edgardo Parada y Mario Benjamín Menéndez, gobernador militar de las Islas Malvinas que firmó el alto el fuego ante el general británico Jeremy Moore. En 1988, en segunda instancia, las condenas fueron ratificadas y unificadas en doce años para las tres máximas autoridades militares solamente. Finalmente, el trío fue indultado por el presidente Carlos Menem en el '90. Paradójicamente, ese mismo año se establecieron las pensiones a los excombatientes de Malvinas, casi una década después de la guerra; mediante la ley nacional 23848 comenzaron a cobrar ciento cincuenta pesos por mes. Desde el 2004, el Estado otorgó una pensión equivalente a tres jubilaciones mínimas y muchos estados provinciales también establecieron pensiones y la cobertura en obras sociales, además de darles a los excombatientes prioridad en algunos puestos del Estado. Del '82 al '90 no hubo ayuda o asistencia alguna y se sigue reclamando una ley de reconocimiento histórico por ese período. Los militares que fueron a Malvinas cobraron salario y tenían cobertura social; los conscriptos cumplían con la ley de servicio militar obligatorio. Para los colimbas, la procesión fue por dentro. Debieron tragarse el sapo de la derrota sin poder pedir explicaciones, sin juzgar responsabilidades y errores de los mandos que los habían llevado al frente y sin contención adecuada e idónea. Sin poder usar la palabra como válvula de escape a tanta presión y sufrimiento. Pasó mucho tiempo, se consumieron muchas vidas y se hace cada vez más necesario ejercitar la memoria por los que no soportaron semejante desidia y quienes dieron la vida en las islas y el continente; ejercitar la verdad, porque sin ella nadie -y menos una sociedad- se desarrolla y crece y la justicia, para poner punto final a la impunidad. El pasado 12 de junio, una hora y media después del mediodía, Gustavo Andrés Domenichelli habló apenas con su mujer y su hijo menor. Se metió en el dormitorio, tomó la pistola que ya tenía cargada y, sobre el borde de la cama, apuntó detrás de su mentón y presionó el gatillo. Ana María y Andresito quedaron pegados a las sillas en el comedor diario contiguo. Un único disparo roció la habitación de muerte. Nuevo silencio más profundo, lleno de preguntas, responsabilidades y conjeturas. Eterno. En el cementerio de Ezpeleta, Quilmes, en el sector que rinde homenaje a los caídos en suelo malvinense, sólo hay lápidas recordatorias. El de Gustavo es el primer cuerpo enterrado allí. Otro símbolo elocuente. (1) Estrofa de "Balada del diablo y la muerte", de La Renga. (2) "Como el rojo Adán del paraíso": Cristina Bulacio. Libros del Zorzal. (3) El general Benjamín Rattenbach elaboró en 1983 un informe a pedido de la Comisión de Análisis y Evaluación Político Militar de las Responsabilidades del Conflicto del Atlántico Sur, donde lo califica de una "aventura irresponsable", entre muchas otras valoraciones negativas.
El estrés postraumático El trastorno de estrés postraumático es un estado depresivo crónico que padece quien ha sufrido directamente la guerra. Produce una persistente sensación de miedo, angustia, pesadillas, problemas de relación, dificultades para conciliar el sueño, un elevado nivel de violencia e irritabilidad y alguna adicción, entre otros síntomas. Del 25 al 40% de los excombatientes de Malvinas padece de estrés postraumático, que deriva en intentos de suicidio, violencia familiar e intoxicación por drogas o alcohol, entre otros. Para el Ministerio de Salud bonaerense (2004), el 78% de los excombatientes sufre de trastornos de sueño, un 10% reconoce haber padecido delirios, alucinaciones y manifestaciones paranoicas; un 20% sufre algún tipo de fobia, un 60% olvida nombres, fechas o situaciones y un 32% tiene ideas obsesivas ligadas a Malvinas y relaciona la guerra con hechos posteriores. Un 28% confiesa pensar recurrentemente en el suicidio y un 10% reconoce haberlo intentado en una o más oportunidades. Un 37% admite ser violento y un 26% usa armas de fuego. (E. R.)
Respeto "El 2 de abril de 1982 Argentina despertó con la novedad de que las Islas Malvinas habían sido recuperadas. El pueblo se autoconvocó en Plaza de Mayo, festejando. Desde ese momento hasta el 14 de junio, en el lapso de setenta y cuatro días, un alto porcentaje de jóvenes argentinos defendió a la patria, aunque no estaban preparados psicológica ni físicamente y, peor aún, en el manejo de armas. "Igualmente combatieron con el imperio inglés, con los Estados Unidos de Norteamérica y la colaboración de la dictadura chilena, así como también contra el hambre, el frío, el miedo y la inoperancia de los oficiales superiores, suboficiales y oficiales de las tres fuerzas armadas. A pesar de esta inmoralidad, los soldados fueron respetados en la rendición por los ingleses y, en muchos casos, admirados por el esfuerzo y el espíritu de combate".
EDUARDO ROUILLET eduardorouillet@ciudad.com.ar |
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