Por
Enrique Oliva
A pocos días de conmemorarse el cuarto de siglo de la recuperación
de nuestras islas Malvinas, cuando la inmensa mayoría de los argentinos
se dispone a rendir honores a los jóvenes que ofrendaron sus vidas
por la Patria, una cantidad de escribidores se lanzan a una sospechosa
campaña de desmalvinización de conciencias. Curiosa coincidencia.
Esos personajes concuerdan en moldes críticos repetidos, vulgaridades
de lugares comunes. Que Argentina fue agresora, que no se trató
de una gesta y se niegan méritos a muertos y sobrevivientes, faltándoles
al respeto a ellos, sus familiares y al pueblo en general. Se insiste
en cargar responsabilidades arbitrarias sin una propuesta de cómo
ellos, los sabelotodo de café, recuperarían las Malvinas.
Piensan que somos tan indignos e incapaces y mostrándose partidarios
de dejárselas al colonialismo de las multinacionales.
Otro opinólogo famoso ha dicho, tan luego en estos días,
que cuando él llegue al cielo (está seguro de merecerlo)
a quien primero quisiera ver es a Liniers para reprocharle haber echado
a los ingleses impidiéndoles que hicieran grandes a los argentinos.
Menuda sorpresa se llevará cuando él le contestará
con la verdad: para hacerla una colonia francesa.
Multiplican los recursos de siempre para desmoralizar al pueblo como si
los sacrificios de los combatientes son fruto de engaños y no de
un asumido ideal patrio que los llevó a ser protagonistas de una
Gesta. Gesta con mayúsculas, la que no omite llegar a las últimas
consecuencias. Según la Real Academia son gestas los “hechos
señalados, hazañas y conjunto de hechos memorables”.
La gesta de Malvinas tiene vigencia
La Guerra de Malvinas, más allá de la victoria o la derrota,
ésta no olvidable, ni imposible de revertir, es hoy el ejemplo
de un pasado reciente honroso para confiar en un mejor futuro. El mundo
entero se asombró del valor desplegado al batirse Argentina contra
los gobiernos de las mayores potencias del mundo, no de sus pueblos,
ni siquiera el inglés que nunca se manifestó en las calles
contra nosotros. Nunca. Eso si, casi cotidianamente ocupaban grandes
espacios en protestas a veces multitudinarias contra la guerra en el
Atlántico Sur, el colonialismo y las armas nucleares que llevaba
la flota.
Nosotros lo vimos en Londres. Cuando Ronald Reagan visitó ese
país, el propio alcalde (intendente) de la capital británica,
el gran anticolonialista Kin Levington, lo llamó persona no grata.
En aquellos años esa función era atribuida por el gobierno
central y poco después la señora Thatcher lo despidió.
Años mas tarde, como ocurrió en Buenos Aires, se convirtió
el cargo de alcalde en electivo y Kin Levington fue alentado a postularse
como candidato de su partido, el Laborista, pero Tony Blair impuso a
un amigo. Entonces se presentó como independiente y ganó
holgadamente en las urnas. Hasta el momento, ocupa ese cargo y sigue
siendo muy popular.
¿Argentina agresora?
Resulta por demás incomprensible que un argentino sostenga con
muestras de convencimiento, que nuestro país fue el agresor de
una potencia colonialista europea, de vieja vocación imperialista.
¿Agresores cuando se retoma algo que les pertenece, que fuera
arrebatado a sangre y fuego y en más de 130 años de ese
despojo fueron vanos todos los intentos de procurar justicia por vías
pacíficas a pesar de ser apoyados por el derecho internacional
y las Naciones Unidas con su Comité de Descolonización?
Si los que buscan la independencia plena de sus territorios son calificados
de agresores, en la Argentina como en infinidad de otros países
nos quedaríamos sin próceres. A nuestro Libertador General
San Martín, como a tantos patriotas que lucharon para hacernos
libres habría que condenarlos. Todos fueron agresores, haciendo
la guerra con los medios posibles y esfuerzos sobrehumanos. Los inspiraban
principios y el justo derecho a manejar sus vidas y territorio como
mejor lo entendieran.
Nadie actuó con indignidad sino todo lo contrario, invocando
al mismo Dios. En los campos de batalla se enfrentaron con los estandartes
hispanos mostrando a la Virgen del Pilar, patrona de España.
Y aquí en nuestra América se hizo lo mismo, con la inmaculada
madre de Jesús, que es única aunque se la representa con
distintos nombres. Ese fue el caso de San Martín quien dejó
su bastón de mando a la Virgen del Carmen de Cuyo, venerada en
la región donde formó su ejército.
La corona española aplicó a los sublevados calificativos
muchísimo más agraviantes que el de agresor.
La vida brindada a conciencia
Nuestros soldados en Malvinas no eran “chicos inimputables”,
mirándolos con lástima, cuando como fueron hombres hechos
y derechos ofrendando sus vidas por algo que creían justo: lo
que las mentiras de los manuales oportunistas quieren borrar. Pero nadie
olvida cuanto nos enseñaron de niños las maestritas criollas
a escribir: “las Malvinas son argentinas”.
Así como en los libros, hoy la historia está de moda,
también se la recrea insolventemente en programas televisivos
farandulero, en especial mostrando aspectos negativos y falsedades de
nuestro pasado. ¿Qué país puede enorgullecer más
a su pueblo como cuando los argentinos vencieron a las dos potencias
mundiales más grandes del Siglo XIX, Inglaterra y Francia, en
sus repetidos intentos de años de tomar sin éxito a Buenos
Aires y en cambio se vieron obligadas a retirarse rindiendo honores
al pabellón nacional y firmando un reconocimiento de nuestra
soberanía. Lamentablemente después llegaron los bancos
de la usura internacional y aun debemos padecerlos para lo cual deben
empañarse las grandezas criollas por los escribidores cipayos.
Uno de sus objetivos es desmalvinizar nuestras conciencias por orden
y pago del imperio.
Si vamos a desalojar de la historia a circunstanciales amantes del alcohol,
aunque fueran valientes y responsables servidores patriotas (no nos
referimos al vinculado a Malvinas) tendríamos que desmontar varios
grandes monumentos bien ganados.
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