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Fuente: Nuestro Mar | 24/08/07 |
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Carrera hacia el Ártico | ||
El deshielo producto
del recalentamiento global hace que las reservas naturales y energéticas
del Polo Norte se vuelvan más accesibles. Como consecuencia, la
comunidad internacional comienza a preocuparse por adquirir derechos sobre
esos recursos.
El llamado “efecto invernadero” está, entre otras cosas, derritiendo los hielos eternos, tanto en el Ártico como en la Antártida. Como consecuencia de ello (y de los altos precios de los hidrocarburos) las inmensas reservas de recursos naturales del Ártico, que alguna vez parecían inaccesibles -por estar sumergidos bajo una gruesa capa de hielo- lucen, de pronto, más cercanas y atractivas. Por esto, los países han comenzado a maniobrar agresivamente de manera de robustecer, con actos concretos, los derechos que pretender tener sobre esos recursos. A diferencia de lo que ocurre en la Antártida -separada de los Estados soberanos por un grueso círculo de mares y de alguna manera sometida ya a tratados que limitan las aspiraciones sobernas de los Estados (vecinos o no) sobre su enorme territorio- la zona del Ártico, técnicamente bajo jurisdicción de las Naciones Unidas, muestra mucho más cercanía geográfica (y hasta, quizás, alguna continuidad territorial) con los Estados más próximos al Polo Norte que tratan de avanzar sobre ella. Por todo esto -y por las ambiciones que de ello se derivan- varios países han comenzado a mirar, con poco disimulada intensidad, al Ártico y a tratar de “reforzar” -con hechos y presencia- sus respectivas “credenciales” en materia de reclamos de soberanía respecto de un territorio que, lentamente, pareciera estar dejando de ser lo gélido que ha sido. Por el momento todo esto sucede sin mayores fricciones, las que sin embargo no pueden descartarse de cara al futuro, atento la envergadura de los recursos en juego (que, se estima, podrían representar la quinta parte de los recursos naturales totales del mundo) y la capacidad de acción que caracteriza a algunos de los actores de la región, como Canadá, los Estados Unidos, Noruega, Dinamarca, y (sobre todo) a la Federación Rusa. Todos están interpretando extensivamente los derechos que creen tener en función de la Convención sobre el Derecho del Mar de las Naciones Unidas, a la que los Estados Unidos no pertenecen. Bajo la mencionada Convención, la “Comisión sobre los Límites de la Plataforma Continental” debe determinar hasta donde se extienden los derechos de los Estados. Estos, a su vez, pueden formular sus respectivas pretensiones dentro de los 10 años de su acceso al sistema de la Convención. Canadá tiene entonces, hasta el 2013, y Dinamarca hasta el 2014. Rusia ya explota yacimientos (el enorme depósito denominado Shtokman) en el sector oriental del Mar de Barento, a un costo de producción estimado en los 20 dólares el barril. Los Estados Unidos hace lo propio en Prudhoe Bay, en Alaska. Por todo esto es hora de comenzar a reflexionar, aceleradamente, acerca de cómo evitar que la “fiebre” que parece haber estimulado la “carrera” hacia el Ártico se transforme, de pronto, en una amenaza para la paz y seguridad del mundo, impulsando para ello pactos y convenciones del tipo de los que están ya sobre la mesa respecto del Continente Antártico. La aludida “carrera” es notoria. La Federación Rusa, hace algunos días, realizó una publicitada expedición hacia el Polo Norte en donde, mediante el uso de modernos submarinos enanos, descendiendo con ellos por debajo de los hielos eternos, plantó en el lecho del mar una pequeña, aunque colorida, bandera rusa de titanio, enviando al propio tiempo las respectivas imágenes a las pantallas de televisión del mundo entero, de modo de anoticiarlo de sus reclamos soberanos. Según algunos para esto se utilizaron imágenes que en rigor pertenecen al naufragio del “Titanic”. Frente a ello, Canadá -ni lento ni perezoso- reaccionó inmediatamente, enviando a su Primer Ministro, Stephen Harper, en una visita de tres días a la región, también rodeado por una nube de de cámaras y personal de televisión. Además ha anunciado que dedicará unos 3.000 millones de dólares para construir una importante flota conformada por ocho modernos buques capaces de navegar habitualmente -y sin dificultades- entre los peligrosos hielos del Ártico, transformando de ese modo una hasta ahora más o menos esporádica presencia en la zona, en una realidad visible y cotidiana. Explicando a su pueblo las razones de todo esto, Harper advirtió que “Canadá tiene que hacer una elección respecto de la defensa de su soberanía sobre el Ártico”. “O la usamos o la perdemos”, dijo. Agregando, “este gobierno tiene la intención de usarla”. Como si ello fuera poco, Canadá analiza la construcción de un puerto de aguas profundas en la isla denominada “Hans”, emplazada en la entrada misma del acceso al estratégico “Pasaje Noroeste”, para afirmar así sus pretensiones soberanas sobre el mismo, atento a que esa vía está ubicada en el centro de las principales disputas en materia de soberanía sobre el Ártico. Y de una base militar en Resolute Bay. El referido “Pasaje”, que conecta el Mar de Bering con el Océano Ártico es considerado por los Estados Unidos como aguas internacionales. Algo parecido está haciendo la más pequeña Dinamarca, de la que la enorme Groenlandia es una provincia, que ha anunciado el envío de una misión exploratoria al Polo Norte. Su misión es la de explorar como es efectivamente el lecho del mar y, en particular, como corre la llamada dorsal Lomosonov utilizada por los rusos para argumentar a favor de la continuidad de su plataforma continental, pese a que ese reclamo ha sido rechazado por una Comisión internacional, por falta de evidencia suficiente. Detrás de todo esto están no solamente los 1,2 millones de kilómetros cuadrados en disputa, está también la posibilidad de acortar -en unos 6.500 kilómetros- el largo recorrido marítimo que hoy separa a Oriente de Occidente, que hasta ahora requiere atravesar el Canal de Panamá, haciéndolo así más corto y naturalmente más barato. La Argentina, por sus derechos antárticos, no puede estar ajena a lo que ocurre en el otro extremo del mundo y debe seguir -de cerca- la cuestión, participando en las labores multilaterales que puedan ocurrir. Porque una cosa es estar en las antípodas geográficas de la cuestión, y otra -muy distinta- es elegir estar ausentes de un mundo al que se nos sugiere ahora debemos “volver”, admitiendo así la enorme responsabilidad y riesgos que supone haberlo abandonado. |
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