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Una propuesta indecente


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21/05/2015

Por Ricardo Tabossi

Recuerdo una película vista en el Cine Argentino (el sitio más frecuentado por mi niñez, viviendo a una cuadra) que trataba de la ocupación colonial inglesa de la India y de un nativo al servicio de los europeos que ejercía de aguatero. Su aspiración era convertirse en un soldado británico, y llevaba siempre consigo una corneta. Con ella logró dar el toque de alarma y salvar a su regimiento de una trampa mortal preparada por los nacionalistas indios. Gunga Din, que así se llamaba el personaje, recibió por esta acción, el grado de soldado británico.
Años más tarde, siendo ya casi un hombre, cayó en mis manos un libro de José Luis Torres titulado Los Perduelli. De su lectura aprendí que en la antigua Roma se llamaba “perduellis” al enemigo interno de la Patria.
Símbolo de servilismo es Gunga Din. Símbolo de la estirpe desmayada y entreguista de todos los tiempos, es el “perduellis”.
¿Acaso en la Argentina están presentes estos símbolos?

II

El nombre de Luis Alberto Romero tiene una envidiable reputación de historiador erudito, pero sus declaraciones al diario Los Andes de Mendoza, el 7 de abril de 2015, respecto al 2 de abril, vuelven a mostrarnos una realidad cotidiana y trágica: cómo la inteligencia británica sigue disponiendo de la colaboración desinteresada de auxiliares internos, de periodistas, escritores e historiadores anglófilos.

Así dice, empleando un lenguaje mordaz, porque ofende con maledicencia, y cínico, por la desvergüenza de la propuesta, que “los hechos de 1982 no deben CONMEMORARSE el 2 de abril, día de la invasión a las Islas, sino el 14 de junio, día de nuestra RENDICIÓN ante las fuerzas británicas. Debe ser día de memoria y ARREPENTIMIENTO.”

La sola lectura de estas líneas despertará una involuntaria mirada de asombro en el desprevenido lector. ¿Celebrar la rendición argentina, el arrío del pabellón patrio en Malvinas? Eso mismo. No más “Día de las Malvinas”, sino “Día del Arrepentimiento”, como acto encaminado a reparar el daño cometido.
¿Qué daño? ¿A quién?

Responde el afamado académico: “El 2 de abril de 1982 tropas de nuestro país irrumpieron en la vida de una comunidad pacífica e inerme. Lo hicieron al amparo de discutibles derechos -Gran Bretaña esgrime otros, igualmente discutibles- pero sobre todo con el apoyo popular largamente construido por nuestro nacionalismo.”

Es decir, el nacionalismo es el responsable de haberle lavado la cabeza a cinco generaciones de argentinos que venían pidiendo la restitución de la tierra perdida, reclamo que se inicia con el pedido del diputado Francisco Ugarteche al ministro de Guerra Enrique Martínez, el 22 de enero de 1833, de enviar una expedición militar para la retoma de las Malvinas. ¡A los 19 días de ocurrida la invasión inglesa y a sólo7 días de llegada la noticia a Buenos Aires!

Dice Romero: “Los isleños tenían presencia continua hacía 150 años, los suficientes para ser considerados ´originarios´. La invasión que servía a los propósitos inmediatos de un régimen criminal, se justificó con argumentos provenientes de nuestro patológico nacionalismo.”

Quien así habla, con repugnancia del “régimen criminal”, omite decir que fue colaborador del Proceso como asesor en la Municipalidad de Buenos Aires en 1981, y que en 1978 colaboró en Convicción, la revista del almirante Massera, creada para sus aspiraciones políticas.

El escozor que le produce el nacionalismo, al que califica como lo peor de nuestra cultura política (no así el británico, que pasa a ser devoción patriótica resumida en la vehemente frase: My country, right or wrong. “Mi Patria, así esté en lo cierto o no”), que describe benévolamente de enano maldito escapado de una botella, de traumático, combinación de soberbia y paranoia, el nacionalismo argentino, decía, lo enardece de tal forma a Romero, que lo lleva a incurrir en gruesos errores históricos, imperdonables por venir de un referente del saber histórico nacional.

Veamos: los isleños son “originarios”.
Hasta hace unos treinta años no se usaba el término “originarios”. Ahora hay toda una onda, y no es casual que ella sea apoyada por la izquierda cultural y por los indigenistas, constituidos en ONG mapuche, con sede en Bristol (Inglaterra).

Por pueblo “originario” se entiende una comunidad indígena o sus descendientes. Los malvinenses no son originarios. Son descendientes de los colonos traídos por los ocupantes, después de apoderarse de las Islas. Es población trasplantada a través de un control migratorio cerrado en reemplazo de una población argentina que fue desalojada compulsivamente. Como si dijéramos que los israelíes asentados en territorios árabes y palestinos ocupados, son originarios.

Tampoco puede hablarse de una “presencia continua” de los isleños durante siglo y medio. En un primer momento, las Malvinas fueron constituidas como base militar naval, bajo la superintendencia de un comandante militar. Sólo ocho años después de la expulsión de los colonos argentinos, con el nombramiento de un gobernador y la llegada de los primeros inmigrantes civiles -colonos provenientes de Escocia, y después, familias llegadas de todas partes del mundo- las Islas conseguirían un status normal dentro del Imperio Británico. Es decir, que la escasez de habitantes llevó a la Corona a considerar las Islas como “posesión” o “establecimiento”, situación que se extendió hasta 1842, cuando se la declaró “colonia”.

La inteligencia de Romero -miembro de la Comisión Asesora de Historia del CONICET y severo evaluador de las investigaciones históricas que allí se presentan- se vuelve amnésica cuando, defendiendo la condición “originaria” de los kelpers por vivir 140 años en el lugar, pasa por alto la situación de los ilois, habitantes de la isla Diego García, que fueron obligados por Inglaterra a emigrar por razones militares. Los ilois (negros descendientes de africanos del Este) fueron sistemáticamente removidos de sus hogares ancestrales, y depositados exiliados en otra isla entre 1965 y 1968, sin ningún proyecto de rehabilitación, dejándolos en una pobreza abyecta. Este secuestro masivo fue llevado a cabo en el más absoluto secreto. La isla, arrendada a los EE. UU., convirtióse en una base de aviones superbombarderos B-52, que tuvo luego participación en las guerras de Afganistán y del Golfo Pérsico.
Pero el pleno de la orquesta –o el toque final de corneta de Gunga Din- se alcanza cuando dice que “el 14 de junio fue el día de la rendición, de la humillación, de la expiación que todavía no completamos” ¡Expiación! ¡Borrar las culpas, purificarse de ellas, por el pecado de haber ofendido a Inglaterra!

“El 14 de junio descubrimos la realidad del relato triunfalista de los militares, en el que tantos creyeron, porque querían creer, porque estaban preparados para creer.”

¿Qué cosa “querían creer”?
Que las Malvinas son argentinas.

¿”Preparados para creer” por quién?
Por generaciones de docentes que enseñaron que las Malvinas fueron, son y serán argentinas.

¡Ay, qué frágil se vuelve la memoria Mordisquito!, diría Discépolo.

Porque entre los que creyeron el “relato” estaba el expresidente Arturo Illia (presidente constitucional derrocado por un golpe militar), que el 2 de abril izó la bandera en el mástil de la plaza principal de Viedma, durante el acto con el cual la población rionegrina expresó su júbilo por la recuperación, y también el escritor Ernesto Sábato (comunista activista en su juventud y presidente de la Conadep, después de Malvinas), que en una entrevista por la Radio Nacional de España, al referirse a la guerra, les dijo a los europeos: “no se engañen, no es una dictadura la que lucha por las Malvinas, es la NACIÓN ENTERA.”

III

Reconocer a los isleños entidad de “pueblo originario” –como propone Romero- es aceptar la figura jurídica de la “autodeterminación”, principio introducido por Gran Bretaña ante la UN, ante la debilidad creciente de su posición en el contexto del derecho internacional.

Reconocer que los Kelpers pueden decidir su condición política es promover la ruptura de la unidad nacional y el quebranto de la integridad territorial argentina, base física de la nación.
Y esto, en el antiguo derecho romano, es “perduellio”.

 
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