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Malvinas no es una simple anécdota histórica
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Por: Carlos Andrés Ortiz Foto: EPA Más allá de los avatares históricos previos a la independencia argentina (1810 – 1816), en los que el Archipiélago de Malvinas fue reclamado por franceses, ingleses y españoles, resulta irrefutable que ese territorio isleño fue recibido en heredad por Argentina, al independizarnos de España, y como tal fue poblado, existiendo un Gobernador Argentino, al momento de la violenta usurpación consumada por Gran Bretaña en 1833.
Poniendo las cosas en su contexto, la recuperación inmediata no fue posible, pues nuestra escasa flota de guerra de esos años, estaba reducida a su mínima expresión, inducida por el endeudamiento irracional que agentes británicos (algunos de nacionalidad argentina) nos hicieron asumir con la Banca Baring Brothers en 1824. Vale acotar que el endeudamiento financiero a niveles impagables, con deudas innecesarias y plagadas de leoninas comisiones a intermediarios y otros gastos injustificables, fue la herramienta de sometimiento al imperio británico de prácticamente todas las nuevas naciones hispanoamericanas recién independizadas. Ya antes, en 1806 y 1807, fueron rechazadas dos invasiones británicas, perpetradas contra Buenos Aires, con la intención de apoderarse del entonces Virreinato del Río de la Plata. Durante el Segundo Gobierno de Juan Manuel de Rosas, fueron vencidos dos prolongados bloqueos navales (1838-1840/1845-1850), realizados por Francia y Gran Bretaña, por entonces las principales potencias militares del mundo. El tema es hoy ocultado y poco conocido mundialmente, y silenciado por los sectores anglófilos de Argentina, pese a su enorme significación. Para poner en su justa medida esos enfrentamientos armados, en la misma época esas y otras potencias lograron sojuzgar totalmente a China, no solo a fuerza de las armas, sino con la insidiosa introducción del opio para minar las voluntades del pueblo chino. Desde 1852, y sobre todo a partir de 1860, por casi medio siglo el poder en Argentina fue ocupado por minorías oligárquicas, de orientación económica liberal, y claramente anglófilas. Bajo el gobierno del anglófilo Bartolomé Mitre, con abierta instigación y pertrechos británicos, se libró la fratricida Guerra de la Triple Alianza (1865-1870), de características genocidas contra Paraguay. Vencido Paraguay, le fue impuesto asumir un oneroso crédito tramitado por la Banca británica. Paraguay molestaba, pues era el único país de la región que no se había subordinado a los mandatos británicos, e incluso estaba en proceso de industrialización. La injerencia en la política interna y en la economía argentina, en muchos casos desembozada y arrogante, fue una constante de Gran Bretaña en los doscientos años de historia de Argentina; siempre contando como subordinados convencidos y dóciles a sectores minoritarios de las oligarquías locales apátridas. Esa conjunción de intereses británicos y oligárquicos desde siempre se opuso a la industrialización y al desarrollo tecnológico argentino, tal como vino a “recomendar” Felipe de Edimburgo a comienzos de los años sesentas, precisamente cuando estábamos en un proceso de fuerte desarrollo industrial… ¡y poco después se perpetró un golpe de Estado de cuño económico liberal (anti industrialista) y ultra conservador, en 1962! Antes, en 1955, el golpe de Estado, vengativo y sangriento, fue claramente inducido por Gran Bretaña, la cual dio municiones y combustibles a naves de la Armada Argentina, sublevadas contra el gobierno constitucional. Ese golpe de Estado fue festejado por Churchill y su gabinete. El historiador canadiense británico Harry S. Ferns, autor de dos libros –entre fines de los sesentas y comienzos de los setentas- en los que analizó la historia y la realidad argentinas, expresó claramente que la única forma de desmontar las enormes y muy positivas transformaciones sociales, políticas y económicas construidas por el peronismo (un movimiento de orientación nacional y popular), requería el estallido de una guerra civil. Curiosamente (o no tanto), existe una versión de un episodio en el que la “gran prensa” habría puesto sordina, según la cual fue interceptado un cargamento de armas y municiones, desembarcadas en Buenos Aires del buque antártico británico “Endurance”, de lo cual hubo indicios que iban a equipar a guerrilleros “izquierdistas” (posiblemente Montoneros) en 1974 . Pero algún breve comentario habría sido publicado, y no hubo mayores consecuencias pues un diplomático británico estuvo involucrado, y seguramente hubo presiones para no generar un escándalo mayúsculo. Posteriormente se detectaron –según referencias de buena fuente- dos cargamentos más de iguales características, uno en un buque carguero británico y otro en un avión de la British Caledonian. La guerrilla ya muy activa, estaba siendo pertrechada… Se estaban creando las condiciones para que las cúpulas militares, cooptadas por la ideología de la Seguridad Nacional –impuesta por EEUU por medio de la Escuela de las Américas-, usurpasen nuevamente el poder. En los años setentas y comienzos de los ochentas, la violencia irracional de la guerrilla y la réplica violenta de las Fuerzas Armadas tuvo las características de una verdadera guerra civil, la misma que citó antes Ferns. Y en el golpe de Estado de 1976 ese fue el marco para la aplicación de la doctrina del liberalismo salvaje en Argentina, instigado por el G 7, y básicamente por los centros del poder ubicados en EEUU y Gran Bretaña. Pese a todos esos avatares, Argentina siguió haciendo reclamos diplomáticos por los tres archipiélagos australes (Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur), año a año, e inclusive hubo notorios éxitos diplomáticos en el seno de las Naciones Unidas, obteniéndose Resoluciones muy favorables a nuestro país, las que nunca fueron acatadas por Gran Bretaña. En 1976 se difundió el Informe Shackleton, realizado por el Lord homónimo y un equipo de especialistas, que viajaron a Malvinas especialmente para evaluar la realidad general, dando pautas de actividades económicas con las que sugirieron que podrían autofinanciarse las islas. El viaje de Lord Shackleton y su informe fueron repudiados públicamente por Argentina. Por esos años, las islas constituían una pesada carga para el presupuesto británico, y sus habitantes –los kelpers- eran objeto de discriminación en el contexto social local isleño, y en la propia Gran Bretaña; algo así como ciudadanos de segunda categoría. Antes, en 1969, se conoció el Informe Rockefeller, en el cual recomendó destruir los tres factores constitutivos de la fuerte ligazón cultural de Íbero América: lengua en común (incluyendo al similar portugués), historia muy ligada de nuestros países, y una religión fuertemente mayoritaria, la católica. Divide y reinarás, vieja máxima aplicada constantemente por las potencias anglosajonas. La Guerra del Atlántico Sur (1982), sutilmente instigada por Gran Bretaña, le fue funcional al Almirantazgo, para evitar mayores recortes presupuestarios, y al Foreign Office para dar un vuelco activo al accionar británico en los tres archipiélagos australes, principalmente Malvinas. Por otra parte, si Argentina no realizaba el operativo militar de reconquista de las islas, existía en marcha el proyecto de declaración de “independencia” de los kelpers malvineros (con visita real ya programada ese año 1982), con prefabricación de otro Estado tapón ficticio, que se sumaría al Commonwealth, acción en la cual Gran Bretaña tiene sobrada experiencia. Las cúpulas cívico militares, usurpadoras del poder en Argentina, colonizadas mentales de doctrinas antinacionales, no supieron distinguir las enormes diferencias entre la defensa de la soberanía (lo permanente), y la defensa del “sistema” (temporario y secundario). Los errores y vacilaciones de esas cúpulas, neutralizaron el notable desempeño de los pilotos de combate argentinos, y las resistencias en muchos casos enconada y bravía de las tropas en tierra y aguas circundantes. Invadidas nuevamente las islas por los usurpadores británicos, tuvieron el pretexto para cambiar el estatus de sus pobladores, y para promover fuertemente actividades económicas, como la pesca (en aguas claramente argentinas) y la exploración petrolífera. Y allí cobró fuerza la idea de la insólita supuesta validez de la “autodeterminación” de los kelpers, en un proceso viciado de nulidad, por ser invasores, en archipiélagos cuya disputa sigue firmemente vigente. La habilidad británica, usando la diplomacia, la fuerza y las presiones económicas, para crear Estados tapones, tal como sucedió en Belice, Kuwait y Uruguay, pretende repetirse en Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur. Evidentemente las persistentes acciones diplomáticas del actual gobierno argentino, perturban a Gran Bretaña, que no puede ocultar ante el mundo el conflicto ni la indignidad de su posición; siendo por otra parte notorio el respaldo a la firme posición argentina, por parte de organismos regionales, como el Mercosur, la Unasur y la Celac. |
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